Jareth y Ethan se mantenían frente a la habitación donde Isabel dormía.
El silencio entre ambos era espeso, cargado de orgullo y desconfianza.
Ethan cruzó los brazos, observando a través del pequeño ventanal.
—No lo entiendes, Lombardi. Mi hermana no necesita que la salves, necesita que la dejen en paz.
Jareth lo miró sin apartarse de la puerta.
—¿Y tú qué sabes de paz? Llevas años viviendo en guerra, Ethan. —Su voz fue baja, pero cargada de cansancio—. No me interesa tu trono ni tus secretos, pero si ella muere, me perderé con ella, si no la protejo… yo… Solo quiero acabar con cualquier peligro que la aceche, solo quiero estar a su lado.
Ethan se tensó. Esas frases lo atravesaron más de lo que quiso admitir.
Por primera vez, no vio al guardaespaldas arrogante, sino al hombre que parecía dispuesto a arder con tal de no dejarla sola.
—¿Haciéndola parecer una… cualquiera?— Las palabras salieron con dureza, le revolvía el estómago cada salta de mentiras que se dijo en las noticias.
Jare