El edificio donde vivía Larissa era tan lujoso como inaccesible. Seguridad privada en la entrada, cámaras en cada esquina, y una fragancia artificial que flotaba en los pasillos como si todo el lugar estuviera perfumado con ambición. Ethan había subido los trece pisos sin decir palabra, con el corazón apretado como si ya supiera que lo que estaba a punto de hacer no tenía redención.
El departamento era amplio, minimalista, de diseño aséptico. tan frío como ella y sombrio como su personalidad. Ninguna fotografía, ninguna flor. Solo espejos, mármol, y líneas rectas. Lo único orgánico en el espacio era Larissa, sentada en una butaca blanca, con una bata de seda negra que le abrazaba el cuerpo como si hubiese sido diseñada solo para ella. Tenía una copa de vino en la mano y una expresión que no revelaba nada.
A Ethan lo recibió en la puerta la empleada de servicio.
—¿Viniste con una pistola o con una propuesta? —preguntó, sin levantarse.
Ethan cerró la puerta tras de sí. El ruido seco de