37. De compras.
El Jeque Khaled observaba con ternura a su pequeño hijo jugar con entusiasmo en los carritos eléctricos del gran almacén. Verlo tan feliz, riendo con energía y sin preocupaciones, le provocaba una mezcla de alegría y dolor indescriptible. Su corazón se estrujaba con fuerza, preguntándose cómo estaría su hijo dentro de unos meses, cuando los efectos de la quimioterapia comenzaran a hacer mella en su pequeño cuerpo. El cabello, tan suave y brillante, caería inevitablemente. Tendría que ser cortado. Khaled lo sabía, y eso lo destrozaba por dentro.
Con el rostro serio y los ojos húmedos, el jeque se obligaba a mantener la compostura. Le pedía al cielo, con todas sus fuerzas, que su niño tuviera la sabiduría y la fortaleza para enfrentar ese proceso sin quebrarse. Lo consideraba un niño especial: inteligente, sensible y con una serenidad que no era común para su edad. Era como si el pequeño tuviera un alma vieja, capaz de comprender cosas que otros niños ni siquiera imaginaban.
—Papi, tú t