Capítulo 3
—Sofía, ya basta… —dijo Marcos con impaciencia.

Su voz llevaba un tono de advertencia, el mismo que usaba con los miembros desobedientes de la manada. No era la voz de un mate, sino la de un Alfa perdiendo la paciencia con una subordinada.

—Ya he sido más que generoso. Te di tiempo, te di recursos . Ahora solo te exijo una simple firma, nada más.

Se acercó más, y su presencia llenó la pequeña habitación, resultando intimidante.

—No me obligues a hacer algo de lo que luego te arrepientas. Mi paciencia tiene un límite, Sofía.

Antes de que pudiera terminar su amenaza, Celeste de repente apretó los dientes y tomó el cuchillo de la mesa. La hoja brillaba en la luz de la tarde que entraba por la ventana.

—¡Sofía, me redimiré con mi muerte!

Su voz se quebró con una desesperación teatral, pero en sus ojos se veía que seguía calculando.

Con fiereza, cortó su mano, haciendo una herida tan profunda que el hueso blanco fue visible a través de la carne.

La sangre brotó, salpicando los documentos sobre la mesa. El olor metálico llenó la habitación, haciendo que mi estómago se revolviera. Pero mi corazón no sintió nada. Solo me preguntaba por qué no había apuntado a su garganta.

Si realmente quería redimirse, eso habría sido mucho más efectivo.

—¡Celeste!

El rugido de pánico de Marcos rompió el silencio tenso.

Se arrodilló rápidamente a su lado, presionando sus manos contra la herida para detener la hemorragia.

—¡Llama a los sanadores! ¡Ahora! —le gritó a uno de los sirvientes que estaba en la puerta—. ¡Trae la poción curativa de más alta calidad que tengamos!

Sus manos estaban teñidas de carmesí mientras sostenía su brazo herido. Las mismas manos que solían sostenerme con tanta ternura ahora temblaban de preocupación por otra mujer.

Celeste lo miró con lágrimas cayendo por su rostro, la imagen misma de la fragilidad femenina.

—Marcos, soy solo una loba errante sobreviviendo día a día. ¿Cómo puedo dejar que mis acciones afecten tu relación con Sofía? —Su voz era apenas un susurro, que buscaba conmoverlo en lo más profundo—. Preferiría morir que causar problemas entre tú y tu mate.

Se tambaleó dramáticamente, como si estuviera a punto de desmayarse por la pérdida de sangre. Marcos la atrapó, con la cara llena de furia y preocupación. Sus instintos protectores se activaron por completo, tal como ella lo había planeado.

El rostro de Marcos se puso rojo de ira mientras miraba entre la mano sangrienta de Celeste y mi expresión impasible.

Respiró profundamente, con su pecho subiendo y bajando con rabia apenas controlada.

Luego se volvió hacia mí con una mirada venenosa, con la voz goteando acusaciones.

—Sofía, ella se está redimiendo con su muerte, ¿y, aun así, no la perdonas? —La decepción en su tono cortó más profundo que cualquier espada— ¿Qué es lo que exactamente quieres de mí? ¿De ella? ¡Ya ha sufrido lo suficiente!

Su voz se elevó con cada palabra, llenando la habitación con la dominancia del Alfa.

—Hasta una loba errante sabe considerar el bienestar de la manada. Tu cuerpo ya se ha recuperado en su mayoría, ¿por qué tienes que enviarla a la Prisión de Plata? —Su tono se volvía más venenoso con cada sílaba— ¿Tu corazón está hecho de piedra? ¿No ves que está sinceramente arrepentida?

Como si yo fuera la única equivocada en toda esta situación. Como si fuera el monstruo por no perdonar a la mujer que asesinó a mi hijo.

Miré la sangre en el suelo, sintiéndome mareada y nauseabunda, la cual me trajo recuerdos que había intentado suprimir.

Sangre en mis muslos, en el suelo del bosque, y donde mi bebé debería haber estado.

En mi aturdimiento, ese charco de sangre parecía reunirse y transformarse en un pequeño bebé, alzando sus manos tiernas hacia mí.

La alucinación fue tan vívida que casi pude escuchar un susurro.

—Mamá…

La palabra resonó en mi mente, rompiendo lo que quedaba de mi determinación.

Ya no pude contenerme. Mis lágrimas brotaron como una presa rota, mientras mi cuerpo se sacudía por los sollozos mientras todo el dolor reprimido de meses salía a borbotones.

—Está bien… —susurré entre lágrimas—. Llévala al centro de sanación. Firmaré cuando regreses.

La derrota en mis palabras me hizo odiarme.

Pero estaba cansada, tan cansada de luchar, de sufrir, de ser la villana en la historia de los demás.

De inmediato, se notó el alivio de Marcos.

Levantó inmediatamente a Celeste en sus brazos, llamando a los sirvientes para que los rodearan.

—¡Preparen el auto! ¡Muévanse rápido!

La urgencia que demostraba por su bienestar nunca fue la misma que mostró hacia mí.

Salieron por la puerta sin mirar atrás, dejándome sola con mis demonios.

Me desplomé en el suelo, con mis rodillas golpeando la madera con un fuerte crujido.

Las sensaciones fantasmales regresaron: la sensación de mi hijo moviéndose en mi vientre, la calidez de la presencia de mi loba en mi alma.

Pero sabía que solo era un pensamiento iluso. Se habían ido para siempre.

Tanto mi hijo como mi loba, habían sido asesinados por la mujer que Marcos acababa de llevarse como un tesoro precioso.

No podía dejarlo atrás. Todo aquello me impactó como si fuera un golpe físico.

«Marcos, adiós».

Nunca más te veré.

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Horas después, bajo la luz de la luna que entraba por la ventana del dormitorio, Celeste parecía completamente satisfecha en los brazos de Marcos. Su herida estaba perfectamente sanada, ni siquiera quedaba cicatriz.

¡Qué conveniente que se hubiera recuperado tan rápido, justo cuando le convenía!

—Has trabajado tan duro estas últimas semanas, cuidando a Sofía con tanto esmero cada día.

Se movió detrás de él con seducción experta, sus dedos trabajando para relajar la tensión en sus hombros. Su toque era posesivo, marcando su territorio.

Marcos la acercó más a ella, sus manos abarcando su figura esbelta.

—¿No fue porque te fuiste demasiado lejos esa vez? Le diste al Consejo de Alfa una arma contra ti. De no ser así, ¿tendría que haber soportado esta farsa tanto tiempo?

Su voz estaba cargaba de agotamiento y fastidio. La máscara de la mate amorosa finalmente se deslizó.

Celeste lo besó profundamente, luego colocó sus manos sobre su pequeño pero creciente vientre.

—Bebé, saluda a papá. —Su voz era empalagosa mientras fingía ser una madre abnegada—.Tu papá ha sacrificado tanto por ti. Debes ser un buen niño y cuidar de papá cuando crezcas.

Sonrió a Marcos con inocencia ensayada, acurrucándose más en su abrazo.

Los ojos de Marcos brillaron con felicidad genuina por primera vez durante semanas. Su sonrisa fue tierna y cálida mientras acariciaba su vientre.

Esa era la mirada que reservaba para mí.

¡PUM!

La puerta del dormitorio se abrió con tal fuerza que golpeó la pared. Nicolás irrumpió por la puerta en pánico, con su ropa desordenada y el rostro pálido.

—¡Alfa! ¡Ha pasado algo terrible! ¡Sofía, ella…!

Respiraba con dificultad, como si hubiera corrido todo el camino hasta allí.

Celeste actuó como si la repentina conmoción la hubiera sorprendido, presionándose más cerca de Marcos para buscar protección.

—Sofía no volverá a causarme problemas, ¿verdad?

Su voz temblaba de miedo falso, pero sus ojos mostraban satisfacción.

Marcos se levantó de un salto de la cama, agarrando el brazo de Nicolás con fuerza, mientras su pecho desnudo se elevaba con ira por la interrupción.

—¡Nicolás! ¿Cuántas veces te he dicho que no menciones a esa mujer aquí? ¡Lo que haya pasado, resuélvelo tú mismo!

Su desdén fue frío y definitivo.

Pero el rostro de Nicolás permaneció consternado, con sus ojos abiertos de horror. Miró a Marcos con los ojos inyectados en sangre, y, con la voz quebrada, dijo:

—¡Sofía tuvo un accidente en su camino hacia otra manada! ¡El coche explotó!

Las palabras colgaron en el aire como una sentencia de muerte.

—¡Está muerta, Alfa! ¡Murió quemada!

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