—Señora Angélica, tras seis intentos de fecundación in vitro por fin logró el bebé. ¿De verdad quiere renunciar?
—Estoy segura.
No había dormido en toda la noche. Mi voz sonaba ronca, pero mi mente estaba extrañamente lúcida.
La intervención fue programada para una semana después, justo el día de nuestro aniversario de bodas.
Una notificación emergió en mi celular:
"Claude compra una mansión de lujo y planta personalmente un jardín entero de rosas. Una vez más le declara al mundo que solo ama a Angélica."
Innumerables comentarios aparecieron al pie, cada uno envidiando su amor. Pero yo no podía evitar sentir una amarga ironía.
Apenas confirmé el embarazo, estaba ansiosa por darle la noticia a Claude. Pero, entonces, recibí un mensaje de un número desconocido.
En la foto, la amiga de la infancia de Claude sonreía con dulzura. Claude besaba el vientre abultado de la mujer, con una expresión feliz.
Este bebé, concebido tras el dolor de seis fecundaciones in vitro, parecía burlarse de mí, recordándome que solo era un chiste.
En eso, la puerta se abrió, dando paso a Claude, quien a ver mis ojos enrojecidos se alarmó al instante.
—¿Qué pasa? ¿Falló otra vez la fecundación? No llores. Incluso, si nunca tenemos un bebé, con tenerte a ti en mi vida me basta.
¡Qué hipócrita!
Su bebé estaba a punto de nacer.
Claude no notó mi rareza y siguió consolándome en voz baja.
—Amor, en una semana es nuestro aniversario. Te he plantado un mar de rosas.
Lo miré fijamente, aturdida. Pero no discutí, ni siquiera dejé que vislumbrara mi dolor, consciente de que, con el poder e influencia de Claude, jamás me dejaría ir.
Así que debía reunir pruebas y divorciarme.
—Yo también te preparé un regalo de aniversario. Te lo daré en una semana.
—¿En serio? Estoy deseando verlo —dijo Claude, lleno de alegría—. No llores más. Ve a lavarte la cara. Te llevaré a cenar a la casa de la familia.
A la madre de Claude nunca le caí bien, por lo que solo nos veíamos una vez al mes, en aquellas cenas.
—Angélica, pase lo que pase, no le des importancia a lo que diga mi madre —me advirtió Claude, tomándome de la mano al saber cómo era ella.
Apenas entramos, oí las risas de la mujer.
—¡Dios mío! ¡Qué bebé tan hermoso!
Me detuve en seco. Reconocí a la mujer a su lado: era la protagonista de la foto del embarazo.
La sonrisa de la madre de Claude se borró con tan solo verme, y, rápidamente, le pasó una ecografía a su hijo.
—Mira al bebé de Mabel. ¡Tiene tu nariz!
Los ojos de Claude brillaron con un destello de pánico. Su tono contenía una advertencia velada.
—Mamá, no bromees. Es el bebé de Mabel. ¿Por qué se me parecería a mí?
El padre de Claude también reprendió a su esposa:
—No creas que todos los bebés se parecen a tu hijo. Angélica está aquí. Mide tus palabras.
Mi corazón se heló por completo. Mis manos temblaban incontrolablemente.
Resultó que todos en la familia de Claude sabían de la existencia de Mabel. ¡Solo yo había sido mantenida en la oscuridad!
Me senté a la mesa como un autómata, mientras Claude me atendía con esmero.
—Amor, los langostinos hoy están muy frescos. Yo te los pelo.
Claude actuaba con normalidad, tratándome como siempre.
—Qué bien trata Claude a su esposa. Me da mucha envidia. A mí también me gustan los langostinos. ¿Podrías pelarme unos?
Mabel interrumpió de pronto, con voz cargada de provocación.