Capítulo 2
A la mañana siguiente, me encontré con Elina en el comedor.

Llevaba la bata de seda de León, con el cuello abierto, mostrando a propósito una marca de beso.

—Buenos días, Isabela. León dijo que esta bata me queda mejor que a ti.

Bajé la mirada, tomé un sorbo de mi café y no respondí.

—Isabela, disfruta tus últimos días en esta casa —dijo, mientras se marchaba con su café en la mano, luciendo orgullosa.

Dejé la taza sobre la mesa y, en ese momento, León apareció detrás de mí con un estuche de terciopelo.

Lo abrí y encontré una corona con una tanzanita del tamaño de un huevo, que brillaba en tonos azules y morados con la luz del amanecer.

—Isabela, perdón por lo de ayer. Te juro que no voy a dejar que ella te haga más daño. ¿Me perdonas? Déjame ponértela.

Me giré un poco, evitando su mano.

Él se quedó allí, parado, sorprendido por mi reacción.

—Elina sigue esperándote. Anda, ve —le dije con calma.

Dudó un momento y luego me pasó el estuche.

—Cuando regreses, yo mismo te la pongo.

Cerré el estuche y, caminando hacia la caja de seguridad, guardé la corona en su lugar. Luego, le puse una nueva etiqueta: 98/99.

Solo quedaba una vez más.

Terminé con eso y me dirigí al hospital para mi cita.

La operación fue rápida. Sentí un dolor agudo en el abdomen, un vacío que se disipó casi al instante. Dejé atrás a un ser inocente, y con él, algo dentro de mí también se rompió.

Regresé a mi apartamento, débil, y cuando abrí la puerta de mi habitación, me quedé paralizada.

El suelo estaba lleno de escombros. Mi trofeo de "Premio al Avance Médico-Farmacéutico del Año" de la universidad, mi único logro personal, estaba hecho pedazos, esparcido por todos lados.

Elina, con el bolso en la mano, se preparaba para irse. Al verme, sonrió con una expresión de superioridad.

—Oh, Isabela, solo estaba tirando tu basura —dijo, encogiéndose de hombros.

—Es solo un trofeo dorado. León y yo no podemos permitir que cosas tan baratas estén en nuestra casa.

Una rabia incontrolable me invadió. Grité con todo lo que pude:

—¡Es mi trofeo!

—¿De verdad crees que León me va a culpar por un trofeo roto? —respondió, con desdén.

Mis manos temblaban mientras recogía los pedazos, pero en ese instante, Elina se dejó caer al suelo.

León salió de su estudio y, al ver lo que había pasado, su mirada pasó de los trozos rotos al color pálido de mi rostro.

Pensé que al menos se preocuparía por mí, pero en lugar de eso, se acercó a Elina y la levantó con ternura.

—León, fue mi culpa. No quería tirarle el trofeo a Isabela. Solo me enojé, ella no hizo nada. No la culpes.

—Elina rompió tu trofeo y eso estuvo mal, pero no puedes empujarla solo por eso. Isabela, pide perdón. Después te compraré algo más exclusivo, algo mucho más valioso —dijo, con tono impaciente.

Lo miré fijo, por primera vez, sin tratar de esconder lo que sentía. En sus ojos ya no quedaba nada del amor que alguna vez sentí. Solo había frialdad, indiferencia, y una necesidad de que todo estuviera en calma, sin importarle lo que yo sintiera.

Hace tres años, cuando mi equipo y yo terminamos un proyecto agotador, fue León quien me acompañó al escenario para recibir el premio y estuvo allí para ver ese momento tan mío.

Ese mismo día, alquiló toda la pantalla de Times Square para felicitarme. Toda la noche, el cielo de Nueva York se iluminó con fuegos artificiales en mi honor.

En ese momento, en sus ojos solo había admiración por mí.

Me dijo:

—Mi princesa, te mereces todo lo mejor.

Hasta que llegó Elina. Desde entonces, toda su atención se fue a ella.

Ahora, todo lo que me prometió se había hecho pedazos, igual que mi trofeo.

—No hace falta, señor Vincent. Gracias por su apoyo todos estos años.

Al escuchar que lo llamaba así, vi por primera vez un destello de miedo en su cara.

—Isabela, te ves mal, estás muy pálida. ¿Estás bien?

—León, querido —dijo Elina, interrumpiendo con voz melosa—, me duele el pie. Creo que me lo lastimé cuando caí.

León dio media vuelta y, en cuanto pudo, se concentró en Elina. La levantó y la llevó al hospital, dejándome solo una última frase.

—Cálmate un poco, hablamos después.

Dos días después, Elina me mandó una foto.

En la barandilla de un yate privado, ella y León se abrazaban y se besaban apasionadamente.

Me quedé viendo la foto en silencio.

Abrí mi laptop y busqué en Google: "Solicitud para el Proyecto de Investigación de Enfermedades Tropicales en África."

La envié y confirmé con seguridad.

Listo... ya era hora de marcharme.
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