Baketamon la observaba. Con su propia vida anclada a la de Nefertari, la sirvienta sentía el sufrimiento de su ama como si fuera el suyo propio. Sus días estaban llenos de susurros de la corte y de miradas de reojo de otras doncellas y de la presencia opresiva de la modista que venía con más y más telas para el futuro vestido de boda. Todo era una constante y un recordatorio de un destino que Nefertari detestaba.
—Mi señora, ¿necesita algo? —preguntó Baketamon.
Nefertari negó con la cabeza sin levantar la vista. —Solo un poco de paz, Baketamon. Algo que parece que no existe en este palacio.
En ese momento un joven se acercó con cautela. No era uno de los sirvientes habituales. Su túnica era sencilla y su rostro bronceado por el sol, era desconocido para Baketamon.