53.

—¡Sí! ¡No estoy holgazaneando! ¡Nunca lo hago y es molesto que me trates como si siempre lo hiciera! —Por un momento de valentía la sirena alzó la voz, enfrentándolo, sabiendo que tenía dos opciones: que la devorara o que la dejara en paz, en cuyo caso no importaba cuál fuera a optar. Para su sorpresa el tiburón se quedó en silencio, se mantuvo flotando frente a ella—. Yo solo estoy aquí tratando de sentirme mejor… Tratando de recordar que alguna vez fui querida, que alguna vez fui amada y que preferí dejarlo todo por una aventura que solo salió mal… Creo que tengo derecho a venir aquí y recordar por qué tengo que acatar las órdenes de Gumbora sin chistar.

—¿Ah sí? Y… ¿Por qué? —Esta vez la voz del tiburón sonaba suave y curiosa.

—Por qué soy estúpida... —Cirice, bajando la mirada con dolor, de nuevo se acurrucó al lado del trono de su padre mientras el tiburón de nuevo empezaba a nadar alrededor.

—No soy quién para contradecirte —respondió el tiburón entre risas.

Era la primera
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