Los meses que siguieron a la gran victoria sobre la criatura del mar fueron un renacer sin precedentes en Luminaria. El aire estaba cargado de una esperanza dulce y vibrante, como el aroma tenue y delicado de la flor de azahar que brota en la primavera. Cada rincón del asentamiento parecía latir con una nueva vida, desde las casas de piedra que relucían bajo el sol hasta las voces que se entrelazaban en los mercados llenos de especias y risas.
La plaza central se transformó en un escenario de magia y memoria. Hilos dorados y violetas cruzaban el espacio, flotando suspendidos como si la misma atmósfera celebrara la unión. Las guirnaldas de hojas plateadas centelleaban con el roce del viento, susurrando secretos ancestrales. El crujir de las ramas y el murmullo de los ríos cercanos se fundían en una sinfonía natural, mientras los rayos de la Lun