Después de que el calor del encuentro comenzara a ceder, y las respiraciones retomaran su ritmo pausado, Amara y Lykos permanecieron abrazados, envueltos en una burbuja donde el mundo parecía detenerse. La luz tenue de la habitación acariciaba sus pieles, reflejando sombras danzantes que parecían contar historias antiguas.
Lykos posó su frente contra la de ella, y sus ojos carmesíes se fundieron con el violeta intenso de Amara en un silencio que hablaba más que cualquier palabra. Fue en ese momento cuando Amara sintió, por primera vez, la verdadera dimensión de su vínculo: no solo como amantes o futuros padres, sino como dos mitades de un alma que había esperado siglos para encontrarse.
—¿Sabes? —murmuró Amara con voz quebrada por la emoción—. Cuando te beso, no solo siento tu cuerpo, sino todo tu ser. Tu historia. Tus miedos y