La noche había caído lentamente sobre Luminaria, envuelta en un silencio que solo la magia de la doble luna podía justificar. La Carmesí y la Azul, esas dos lunas poderosas y opuestas, se alzaban majestuosas en el cielo como dos ojos vigilantes, bañando el pueblo con sus luces entrelazadas. Una irradiación plateada y carmesí que parecía desbordar un poder antiguo, un legado sagrado que solo se manifestaba cuando el equilibrio entre las fuerzas del mundo estaba por ser renovado.
Desde el amanecer, el aire vibraba con una energía distinta, casi eléctrica, que recorría las calles empedradas y las casas cubiertas de enredaderas silvestres. El rumor de preparativos se mezclaba con el susurro de hojas y la melodía suave del río cercano. Los habitantes de Luminaria —vampiros, lobunos y humanos— se habían reunido vestidos con sus mejores ropas ceremoniales, conscientes de la solemnidad de aquella vigilia qu