Abrió la boca en un bostezo sonoro. Se frotó los ojos, sintiendo el cansancio en sus huesos. Apenas era el segundo día de entrenamiento y ya estaba agotada. Y eso que no era ella la que blandía la espada.
Caminó por el pasillo, curiosa por ver qué harían hoy los espadachines. ¿Usarían las armas de filo o las de madera? ¿Qué técnicas aprenderían?
Se detuvo al pasar por una ventana. Su prometido estaba en el patio, practicando solo con una espada de metal. Se movía con gracia y destreza, como si fuera parte de él.
Corrió a buscar una botella de agua y se acercó a él.
—¿No te cansas de entrenar tanto? Ya es muy temprano y estás aquí.
—Gracias —dijo él, tomando la botella y bebiendo un sorbo.
—De nada. Pero dime, ¿por qué te esfuerzas tanto? Eres el mejor espadachín que he visto.
Evan suspiró y se sentó en un escalón, invitando a su prometida a hacer lo mismo.
—Cariño, eso no significa que pueda ganarle a cualquiera. Además...
Miró al horizonte, con determinación en sus ojos.
—Hice una pr