Los siguientes días fueron de preparativos frenéticos, cargados de emoción y esperanza. Nelly se movía por la casa como una llama viva, infatigable, arrastrando consigo la energía renovada que la maternidad y el amor le inyectaban. Coordinaba flores, tonos de telas, luces tenues, música instrumental y cada pequeño detalle con la precisión de alguien que entendía que no era solo una fiesta: era un símbolo de renacimiento.
El jardín interior fue el lugar elegido. Un espacio encantador rodeado de árboles frondosos que lanzaban sombras juguetonas sobre el suelo de piedra blanca. Las hojas susurraban entre sí con la brisa templada, como si estuvieran al tanto del milagro que se celebraría allí.
—Nada de tristeza —le dijo Nelly a Lucía, mientras ajustaban una guirnalda de luces entre dos ramas de jacarandá—. Esta fiesta no es solo por el bebé. Es por Alan. Por su regreso. Por la vida.
Lucía asintió y la abrazó, sintiendo el temblor que Nelly intentaba disimular. Bajo esa sonrisa luminosa, a