La habitación estaba en penumbra, suavemente iluminada por una lámpara cálida en la esquina derecha. La luz era tenue, como si respetara el sufrimiento que había impregnado cada rincón. El sonido pausado del monitor cardíaco se entrelazaba con el leve zumbido del aire acondicionado, componiendo una sinfonía melancólica. Fuera, la noche abrazaba al mundo con un silencio espeso, un silencio que parecía contener el aliento del universo mismo, como si incluso las estrellas observaran con cautela.En la silla junto a la cama, Adrián parecía una estatua vencida por el cansancio. Su camisa estaba arrugada, tenía los puños desabrochados y los ojos enrojecidos. No sabía cuánto tiempo llevaba allí, sin moverse, con el alma hecha pedazos y la respiración suspendida, contando cada pitido del monitor como una promesa de que ella seguía viva.Y entonces, las pestañas de Nelly temblaron.Fue un leve aleteo, casi imperceptible, pero bastó para romper el muro de angustia. Abrió los ojos con lentitud,
48 horas la habían pasado, para Nelly la clínica se había vuelto su casa en esos dos días, su presión seguía subiendo y su obstetra no la dejaba ir hasta asegurarse que estuviera bien.La penumbra de la habitación apenas era interrumpida por la luz tenue de los monitores que marcaban los signos vitales. Un pitido constante, pausado, servía como único testigo del frágil hilo que mantenía a Alan en este mundo. El reloj sobre la pared emitía un leve tic tac, como si el tiempo hubiera sido puesto en pausa, esperando que los latidos de Alan marcaran el ritmo de una nueva realidad.El aire estaba impregnado del olor a desinfectante, mezclado con ese aroma metálico inconfundible del hospital. El silencio era tan espeso que hasta el roce de las sábanas parecía romperlo.Un leve parpadeo, una respiración más profunda. Luego otro. Alan comenzó a mover los dedos de las manos sobre la sábana blanca. Su piel estaba fría, el tacto de la tela áspera le resultaba ajeno, y sin embargo, era una confirm
La habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por la lámpara de lectura que parpadeaba suavemente junto a la cama. El monitor cardíaco emitía un leve pitido constante, monótono, como un metrónomo de calma forzada. El leve zumbido del aire acondicionado contrastaba con el silencio espeso que envolvía el lugar como una manta invisible.Alan despertó lentamente. Su conciencia emergió del letargo como si estuviera nadando en una corriente densa. Lo primero que sintió fue el cosquilleo en las yemas de los dedos, un hormigueo tibio que le pareció ajeno. Luego, el roce áspero de la sábana contra sus antebrazos. Respiró hondo. El aire estaba cargado con el inconfundible olor del alcohol médico, del látex, de lo estéril.Pero desde la cintura hacia abajo… no había nada.Era como si su cuerpo se hubiese esfumado a partir de ese punto. Intentó mover los dedos de los pies. Uno. Dos. Tres intentos. Nada. La nada más absoluta. Un vacío que se extendía como una sombra helada desde sus caderas.
El cielo estaba gris, cubierto por nubes que amenazaban con una lluvia lenta y persistente. El viento sacudía las copas de los árboles, haciendo crujir las ramas más altas como susurros rotos entre hojas secas. A lo lejos, un trueno apagado retumbó con pereza, como si la tormenta también estuviera cansada de llorar.Dentro de la casa Cisneros, un silencio espeso se apoderaba de cada rincón, apenas roto por el lejano tic-tac del reloj de pared, que marcaba con precisión cruel el paso del tiempo, y el murmullo sordo de una televisión encendida en la sala. Las luces estaban tenues, filtradas por cortinas cerradas que daban al ambiente un tono apagado, casi ceniciento.Alan estaba en la habitación del fondo. Nelly había insistido en mantener la casa con la menor cantidad de ruido posible, por si él deseaba descansar, pero lo cierto, era que el silencio también era un recordatorio de todo lo que había cambiado. Antes, los pasillos resonaban con las risas de los hermanos, con las bromas, co
El reloj marcaba las tres de la tarde. Afuera, el sol caía a plomo sobre los jardines de la residencia Cisneros, y los árboles parecían derretirse bajo el peso del calor. El canto de las chicharras era insistente, casi ensordecedor, como si la naturaleza también protestara por algo. Pero dentro de la casa, todo era opresión.Las cortinas gruesas cubrían por completo las ventanas, filtrando la luz en haces tenues, dorados y tristes. El aire olía a encierro, a medicinas mezcladas con madera antigua, a una esperanza que se estaba marchitando. Se sentía denso, como si se pudiera cortar con un cuchillo. Una pesadez invisible flotaba en el ambiente, acumulándose en cada esquina, como si la casa respirara con dificultad.Alan llevaba días encerrado. No respondía. No hablaba. No gritaba. Y eso era lo más alarmante. Solo el silencio. El tipo de silencio que devora, que se adhiere al alma como una telaraña pegajosa. El tipo de silencio que anuncia que algo dentro se está muriendo.Ni siquiera e
La luz del mediodía se filtraba a través de las cortinas de lino, dibujando siluetas suaves en las paredes color crema. Un viento tibio entraba por la ventana entornada, haciendo que las cortinas se movieran con un vaivén lento, casi hipnótico. El perfume de los rosales del jardín se colaba con delicadeza en la casa, mezclándose con el aroma del pan recién horneado y el café que burbujeaba en la cafetera de la cocina.La casa Cisneros estaba más viva que de costumbre. En la cocina, se escuchaban las risas de las empleadas mientras pelaban manzanas para una tarta. El eco de los pasos de Adrián resonaba desde el estudio, acompasados, con la firmeza de quien busca distraerse sin lograrlo del todo. En el salón, el murmullo lejano de la televisión se mezclaba con el zumbido casi imperceptible del aire acondicionado.Pero en la habitación al fondo del pasillo, aún reinaba un silencio espeso… hasta que Nelly abrió de golpe esa puerta que era más un muro.—¡Alan Cisneros, eres un desgraciado!
Los siguientes días fueron de preparativos frenéticos, cargados de emoción y esperanza. Nelly se movía por la casa como una llama viva, infatigable, arrastrando consigo la energía renovada que la maternidad y el amor le inyectaban. Coordinaba flores, tonos de telas, luces tenues, música instrumental y cada pequeño detalle con la precisión de alguien que entendía que no era solo una fiesta: era un símbolo de renacimiento.El jardín interior fue el lugar elegido. Un espacio encantador rodeado de árboles frondosos que lanzaban sombras juguetonas sobre el suelo de piedra blanca. Las hojas susurraban entre sí con la brisa templada, como si estuvieran al tanto del milagro que se celebraría allí.—Nada de tristeza —le dijo Nelly a Lucía, mientras ajustaban una guirnalda de luces entre dos ramas de jacarandá—. Esta fiesta no es solo por el bebé. Es por Alan. Por su regreso. Por la vida.Lucía asintió y la abrazó, sintiendo el temblor que Nelly intentaba disimular. Bajo esa sonrisa luminosa, a
En un mundo donde las expectativas de la belleza parecen dictar la dirección de la vida de una mujer, Nelly Arriaga siempre se sintió fuera de lugar. Su figura curvilínea, lejos de ser un estigma, era su sello de identidad. Creció rodeada de prejuicios, de miradas furtivas y susurros detrás de su espalda, todo porque no encajaba en el molde de lo que la sociedad consideraba “hermoso”. A pesar de la presión constante para encajar, Nelly nunca dejó que las críticas socavaran su confianza. Sabía que su fuerza residía en lo que era, no en lo que los demás querían que fuera.El aroma del café recién hecho impregnaba la estancia cuando Nelly dejó la taza sobre la mesa con un golpe seco. El líquido oscuro tembló en la porcelana, igual que su corazón en el pecho. Su madre la observaba con una expresión tensa, los labios presionados en una línea delgada, como si estuviera a punto de pronunciar una sentencia inapelable.Nelly ya tenía una idea de lo que su madre estaba por decir, no era una ton