El murmullo del salón volvió a envolver a Nelly como una suave manta perfumada en cuanto cruzó la puerta del tocador. Las luces ámbares del techo colgaban como estrellas atrapadas, y la música del cuarteto, ahora con una pieza ligera de Mozart, flotaba entre las conversaciones, los brindis y el entrechocar sutil de la cubertería de plata sobre porcelana.
Caminó con paso firme, cada tacón golpeando la alfombra con la cadencia medida de quien sabe que todo el mundo la está mirando. Porque sí, la estaban mirando.
Al llegar a la mesa, Nelly alisó su vestido verde salvia antes de sentarse a la derecha de Adrián, quien giró su rostro hacia ella con una ceja arqueada y un dejo de intriga en los labios. Su mirada recorrió rápidamente su rostro, buscando señales de incomodidad o angustia. No encontró ninguna.
—¿Qué pasó? —preguntó en voz baja, acercándose a ella mientras su mano rozaba sutilmente la suya bajo el mantel—. Te fuiste como si supieras que ibas a pelear una guerra.
Nelly sonrió, pe