La música aún flotaba en el aire cuando Nelly y Adrián regresaron a su mesa, aún sonrientes, envueltos en esa burbuja íntima que los aislaba de los comentarios, los chismes y las miradas venenosas. Alan les ofreció una copa con una sonrisa burlona.
—Vaya, si siguen así, más de una se va a desmayar.
—Y no precisamente de amor —añadió Nelly con una sonrisa, tomando asiento y alisando su vestido con elegancia.
Pero mientras los Cisneros reían con naturalidad, en la mesa cercana, el veneno comenzaba a fluir.
—No puedo creer que se haya salido con la suya —masculló Susana, con las uñas perfectamente pintadas pero crispadas sobre el mantel.
—Mírala, como si fuera la reina de la noche —agregó Isabel, agitando su copa con un gesto tan calculado como despreciativo.
Karina se mantenía en silencio, la mandíbula tensa, los labios apretados. Sus ojos estaban fijos en Nelly como si pudiera prenderle fuego con la mirada. El hecho de que Adrián no la hubiese mirado ni una sola vez desde que ella entr