El gran salón del hotel Grand Royal resplandecía bajo una lluvia de luces doradas que colgaban del techo en forma de cascadas. Cada rincón destilaba opulencia: columnas forradas en terciopelo borgoña, alfombras gruesas como nubes, mesas altas decoradas con centros de orquídeas blancas y copas de cristal tan fino que brillaban como diamantes al menor roce de luz.
Era la gala benéfica del año, organizada por el poderoso empresario Arturo de la Vega, un magnate respetado en todo el país. Asistir no era una simple invitación, era un símbolo de pertenecer al círculo más cerrado del poder.
Las cámaras ya estaban posicionadas a ambos lados de la alfombra roja. La prensa murmuraba con ansias por la llegada de las familias Montenegro y Suárez. Dos apellidos que, en diferentes niveles, cargaban poder, secretos… y una tensión que ni los focos podrían disimular.
Primero apareció la familia Suárez.
Amalia, con un vestido color perla entallado al cuerpo y bordado con pequeños cristales, desfiló del