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10. El Guardian y la Elegida

El viento soplaba con una crudeza inusual esa noche, arrastrando consigo el murmullo de las hojas secas que crujían bajo las botas de Raven. La luna, apenas una franja delgada entre las nubes, parecía observarlo con una mirada esquiva. A lo lejos, las luces del campus universitario parpadeaban como faroles en medio del mar, pero él ya se había internado demasiado en la espesura del bosque como para regresar.

Su respiración era controlada, apenas un susurro entre los árboles. Su oído, agudo incluso en forma humana, captaba el leve crujir de ramas que no deberían haberse movido. Estaba siendo seguido. Lo sabía. Lo sentía.

La manada había sido clara: los signos eran demasiado evidentes para ignorarlos. Olores ajenos, huellas deformadas, energía densa entre los árboles. Alguien había llegado a Umbra Noctis. Y no eran bienvenidos.

-- ¿Qué buscas aquí? -- murmuró Raven, su voz apenas más fuerte que el viento, dirigiéndose al vacío de la arboleda.

Silencio.

Luego, una figura emergió de entre los troncos, como si hubiese estado fundida en las sombras. Era alto, delgado, vestido con una túnica oscura que parecía beberse la luz. Un colgante en forma de daga pendía de su cuello. Su rostro estaba parcialmente cubierto por una máscara de metal forjado, decorada con símbolos arcanos. Su sola presencia erizaba el aire.

-- Has cuidado bien a la descendiente -- dijo con voz seca, como si cada palabra desgarrara el aire --. Pero el tiempo del ocultamiento ha terminado. --

Raven entrecerró los ojos. Su cuerpo entero se tensó. El lobo dentro de él se agitaba, rugiendo por salir.

-- ¿Quién eres? --

-- Uno que guarda la sangre y el equilibrio. Un Vigía. --

Raven dio un paso adelante, el suelo crujió bajo su peso.

-- Si vienes a hacerle daño, no vas a salir de este bosque. --

El Vigía inclinó ligeramente la cabeza.

-- No vengo a hacer daño... aún. Pero tu cercanía con ella acelera la caída del velo. Estás entorpeciendo lo que debe cumplirse. --

-- ¿Qué debe cumplirse? --

-- La Marca se revelará. Y cuando lo haga, la sangre de la Luna correrá. No puedes detener lo inevitable, lobo. --

Raven gruñó. Sus ojos brillaron con un tono dorado. La transformación pugnaba por salir, pero se contuvo. Todavía.

-- ¿Están ustedes detrás de las marcas en el campus? ¿Las amenazas? --

-- Observamos. Advertimos. No atacamos... salvo que sea necesario. --

El lobo dio un paso más, esta vez más agresivo.

-- Tienen nombres. Tienen rostros. Si vuelves a acercarte a ella... --

-- ¿La protegerás? -- interrumpió el Vigía, con un tono casi divertido -- ¿Protegerás a la portadora de la ruina? --

El silencio cayó entre ellos como una sentencia.

De pronto, el Vigía alzó una mano y un pequeño sello brilló en el aire entre ambos. Era un símbolo circular, como un eclipse manchado de rojo. Lo proyectó hacia el suelo entre ellos. La tierra se agrietó al contacto.

-- La Marca se ha activado -- dijo él --. Ahora están todos advertidos. --

Sin decir más, giró sobre sí mismo y se desvaneció entre los árboles como si nunca hubiese estado allí.

Momentos más tarde

El viento frío acariciaba el rostro de Raven mientras avanzaba por el oscuro bosque, sus pasos calculados y firmes. La sensación de ser observado lo acechaba como una sombra, sin importar cuán profunda fuera la oscuridad que lo rodeaba. Los árboles crujían a su alrededor, pero nada de lo que ocurría en la naturaleza parecía perturbarlo tanto como la tensión que sentía en su pecho. No era miedo, no exactamente, sino la constante amenaza que se cernía sobre la única persona que lo mantenía anclado al mundo humano: Ailén.

La conversación con el Vigía todavía resonaba en su mente. Los Vigías de la Sangre no eran una organización que se tomara a la ligera, y mucho menos sus palabras. Habían hablado de la profecía, de la sangre de la Luna Roja, de un destino inevitable. Pero para Raven, nada de eso tenía peso. Ninguna maldición, ni sangre, ni profecía podría separar lo que ya sentía por ella. No lo permitiría.

Al llegar al borde del bosque, vio la figura de Liora, que lo esperaba a la distancia. La luz de la luna iluminaba su rostro, un reflejo tenue, pero reconocible. Había algo en sus ojos que delataba la preocupación, algo que Raven no esperaba en ella.

-- ¿Todo bien? -- preguntó Liora, acercándose.

Raven asintió, aunque no estaba tan seguro de lo que acababa de vivir. El Vigía había desaparecido sin más, pero las palabras seguían marcadas en su mente.

-- Creo que tenemos un problema -- dijo, su tono grave. -- Ellos están más cerca de lo que pensábamos. No sé qué buscan exactamente, pero si siguen viniendo, no sé cuánto más podré protegerla. --

Liora lo miró fijamente, con una mirada cargada de comprensión.

-- Lo protegerás, Raven. Sé que lo harás. --

El aliento de Raven se volvió más pesado. No estaba seguro si quería que Liora tuviera razón. Si el destino estaba por cumplirse, él no podía permitir que Ailén se viera atrapada en él.

-- No estoy dispuesto a que ella se convierta en una pieza más en su juego. No lo permitiré. --

Liora suspiró, acercándose un poco más.

-- A veces, el amor y el destino se cruzan de formas que no podemos controlar. --

Raven la miró, sintiendo una extraña mezcla de frustración y gratitud. No quería hablar más de la profecía, no ahora. No mientras Ailén seguía siendo el centro de su mundo.

De repente, una suave brisa se levantó, y en el horizonte, Raven vio una figura familiar caminando en su dirección. Ailén.

-- Ella... -- murmuró, más para sí mismo que para Liora. -- Ella es la única razón por la que respiro. No importa lo que los Vigías digan, ni lo que los demás quieran. Yo la protegeré, cueste lo que cueste. --

Liora lo miró un momento, y luego asintió lentamente.

-- Lo sé. Solo ten cuidado. No todo es lo que parece, y no todos los enemigos son visibles. --

Raven no respondió. En ese instante, su atención ya estaba en Ailén, que se acercaba con una sonrisa. Ella, ajena a las sombras que la rodeaban, siempre caminaba con esa luz en su ser. Y él, siempre dispuesto a protegerla, no podía dejar de preguntarse si estaba siendo demasiado cauteloso, o si realmente había algo más de lo que debía preocuparse.

Ailén llegó junto a ellos, su presencia fresca y radiante en la penumbra del bosque.

-- ¿Todo bien? -- preguntó, mirando a ambos con una leve sonrisa.

-- Todo bajo control -- respondió Raven, sin dejar de mirarla. La cercanía con ella le hizo olvidar momentáneamente las amenazas. El mundo parecía desvanecerse cuando la tenía cerca.

Liora asintió, aunque sabía que las palabras no podían tranquilizar al lobo que caminaba en sus entrañas.

-- Solo, mantente alerta. No sabemos quién más nos está observando. --

Ailén frunció el ceño, pero no dijo nada. Sabía que algo estaba ocurriendo, algo que no lograba comprender por completo, pero que estaba sucediendo a su alrededor. No lo entendía todo, pero confiaba en Raven, como siempre lo había hecho.

-- Vamos, ¿por qué no vamos a tomar un helado? -- sugirió Ailén, cambiando de tema. -- Necesito despejarme un poco.

Raven no pudo evitar sonreír ante la simpleza de la propuesta, pero también se sintió aliviado. Aquella pequeña muestra de normalidad entre tanta oscuridad era todo lo que necesitaba en ese momento. No podía controlar lo que los Vigías hacían o dejaban de hacer, pero sí podía disfrutar de esos momentos con ella.

-- Me parece perfecto. -- Dijo con voz suave. -- ¿Tú qué opinas, Liora? --

Liora no pudo evitar sonreír ante el cambio de tono en la conversación.

-- Yo prefiero que lo hagan ustedes. Yo tengo cosas que hacer. --

Raven y Ailén intercambiaron una mirada cómplice y luego se adentraron en el camino hacia el pequeño café del campus. El aire frío se volvía más agradable a medida que caminaban juntos, y aunque las sombras seguían acechando, parecía que, por un momento, solo existían ellos dos en el mundo.

Mientras avanzaban, Raven dejó caer su brazo alrededor de los hombros de Ailén, sin pensarlo. Ella se tensó al principio, pero luego se relajó, sonriendo ligeramente.

-- ¿Sabes, Ailén? -- murmuró Raven, su voz baja y cálida. -- No importa lo que pase, siempre estaré a tu lado. --

Ailén lo miró, sorprendida, pero también con un destello de algo más en sus ojos, algo que Raven no pudo identificar, pero que lo hizo sentir como si el destino, por fin, estuviera cediendo un poco a su favor.

-- Lo sé, Raven. Yo también te lo prometo. --

Y mientras caminaban hacia el café, en el aire flotaba una sensación, una promesa muda entre ellos. La de un amor que podría ser tan fuerte como las amenazas que los acechaban, y tal vez, incluso más.

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