La mañana siguiente comenzó con una inusual calma. Clara despertó con la sensación de haber dormido profundamente, el cuerpo ligero y el ánimo renovado. El sol se colaba por las cortinas, bañando la habitación con una luz suave y dorada. Se desperezó entre las sábanas justo cuando escuchó el tintinear de tazas en la cocina.
Lucas estaba allí, preparando el desayuno. Vestía una camiseta gris y pantalones de algodón, el cabello aún ligeramente despeinado. El aroma del café recién hecho llenaba el aire.
—Buenos días, dormilona —dijo con una sonrisa mientras servía dos tazas.
Clara se dejó caer en una de las sillas altas junto a la barra, estirándose como una gata. Tomó la taza que él le ofrecía y bebió un sorbo, saboreando el calor.
—Buenos días. Y gracias por la cena de anoche. De verdad la necesitaba.
Lucas se inclinó y le besó la frente con ternura.
—Me alegra que lo disfrutaras. Lo merecías. ¿Tienes planes para hoy?
Clara iba a responder cuando su teléfono vibró sobre la mesa. Al ver