La semana siguiente, Clara se sumergió con entusiasmo en su escritura. Su nueva historia comenzaba a definirse con mayor claridad, sus personajes cobraban vida poco a poco y las escenas fluían con una naturalidad que la reconectaba con su pasión más profunda. Sin embargo, a pesar de ese avance, la planificación de la boda seguía siendo una fuente constante de tensión.
Lo que en un principio había sido emocionante se transformó en una cadena de decisiones que parecían no tener fin. El color de las flores, el estilo de las invitaciones, la lista de invitados, la música de la recepción... cada detalle, por pequeño que fuera, se convertía en un motivo de discusión o, al menos, de duda.
Una noche, Clara y Lucas se sentaron en la cocina, cada uno con una taza de té entre las manos. Clara revisaba una lista de pendientes en su libreta, mientras Lucas navegaba por su laptop, buscando referencias visuales para el lugar del banquete.
—¿Qué te parece si optamos por flores silvestres? —sugirió Cl