Desde que Damián desapareció de mi vida, todo había ido a la perfección.
No solo había recuperado mis antiguos poderes y me había liberado de esa relación tóxica, sino que además mi carrera florecía más allá de mis sueños más ambiciosos.
Incontables lobos se me acercaban, tanteando el terreno, con la esperanza de convertirse en mi compañero.
Yo mantenía una política clara: no alentaba ni rechazaba de forma tajante. Como líder de toda nuestra raza, era natural tener admiradores.
¿Pero un compañero? ¿De qué servía eso?
Nada era más importante que ser una excelente líder para mi manada.
Los hombres-lobo y los vampiros habían sido enemigos mortales durante siglos.
Durante años, los vampiros se habían dedicado a reconstruir sus fuerzas en silencio, esperando el momento justo para eliminarnos por completo.
Gracias a nuestra superioridad física, los vampiros normalmente evitaban el enfrentamiento directo. Jamás imaginé que serían tan audaces como para atacarme personalmente.
Pero en cuestió