La reunión con los ancianos había terminado, la noticia de la muerte de Sebastian ya se había calmado, aunque la política en el exterior seguía agitada. Leon dormía profundamente en su habitación, abrazando a su muñeco de lobo favorito. Aurora caminaba lentamente por el largo pasillo hacia la habitación de Damian.

Hacía tiempo que intentaba con todas sus fuerzas cerrar su corazón a Damian. Las heridas de la traición pasada, las noches llenas de lágrimas, todo seguía marcado en ella. Sin embargo, esa noche, algo había cambiado. Había visto cómo Damian arriesgó su vida por Leon, cómo eligió enfrentarse solo a Sebastian con tal de asegurar la seguridad de su pequeña familia. Aurora se detuvo frente a la puerta, respiró hondo y golpeó suavemente una vez.

—Adelante —se oyó la voz de Damian desde dentro.

Aurora abrió la puerta. Damian estaba sentado en la cama, con el torso desnudo, aún vendado en el hombro y el pecho.

Damian giró la cabeza, sorprendido al verla.

—¿Aurora? ¿Qué pasa? ¿No de