Una semana había pasado.
Damian seguía tendido en la UCI, sin abrir los ojos. Su cuerpo aún estaba cubierto de vendas y tubos; el monitor era la única señal de que seguía vivo.
Muchos habían venido a visitarlo: los ancianos de la manada, algunos viejos aliados, incluso miembros del White Pack que en el pasado lo habían desafiado. Todos llegaban con rostros sombríos, murmurando fuera de la sala, preocupados pero con la esperanza latente.
Ese día, Morgan White, el padre de Damian, finalmente apareció. El viejo Alpha caminaba despacio por el pasillo del hospital, apoyado en su bastón de madera negra.
Aurora, que estaba sentada en una de las sillas, se levantó en cuanto lo vio. Entre ellos reinó un silencio tenso. Aurora sabía que la relación entre Damian y su padre siempre había sido complicada, llena de exigencias y heridas. Pensó que Morgan acudiría solo para culparlo.
Pero cuando el anciano la miró, no hubo rabia en su rostro. Solo una tristeza profunda.
—Aurora, no he venido a buscar