Al día siguiente, el cielo nocturno de la ciudad estaba lleno de luces de neón. Damian White, que había pasado todo el día sumergido en la oficina, ahora estaba de pie frente a la entrada de un club lujoso en las afueras del centro. El bajo de la música retumbaba contra los cristales. Luces estroboscópicas parpadeaban entre la fila de gente.
Damian respiró hondo, se acomodó la chaqueta y entró. El aroma a alcohol, perfume caro y humo de cigarrillo le golpeó la nariz de inmediato. Varias personas lo miraron; no todos los días el Alpha White aparecía en un lugar de humanos como ese.
En la mesa VIP, en una esquina del local, lo esperaba su viejo amigo Marcus, un humano que trabajaba como asesor legal. Vestía un traje informal y levantó su copa, soltando una risa al ver a Damian acercarse.
—Vaya, ¿el Alpha White en un club? ¿Se va a acabar el mundo? —bromeó Marcus, dándole una palmada en el hombro.
Damian se sentó, se quitó la chaqueta y quedó solo con la camisa negra, con los primeros bo