Alguien que realmente quiere irse, solo se envuelve en un abrigo en una mañana cualquiera, empuja la puerta y nunca regresa, como una hoja marchita arrastrada por el viento. No harían falta despedidas, hasta un "adiós" sería un desperdicio.
Damián se cubrió el rostro y sollozó abiertamente.
Debió haberse dado cuenta antes, siempre tuvo ese presentimiento, desde el momento en que me vio quemar todas nuestras fotos. Ese día, aunque estaba sentada en el patio como de costumbre, mis ojos estaban vacíos y completamente sin vida.
Si tan solo me hubiera hablado de una mejor manera entonces, tal vez las cosas no habrían terminado así. No, quizás desde el momento en que ayudó y apoyó a la familia Blanco para obligarme a renunciar a mi investigación contra la plata, mi corazón ya había muerto. Fue ese tipo de muerte del alma que solo llega tras repetidas decepciones.
—No, tengo que encontrarla y traerla de vuelta.
Damián se levantó, tambaleándose de repente. El vidrio reflejaba su imagen destroz