Capítulo 05.

Annette Martin:

—¿Cómo se siente el rey del departamento? —Le pregunto a mi perezoso gato. Se ve mucho mejor y ya no está como estaba últimamente. A diferencia de otros gatos que he conocido y son muy cariñosos con sus dueños, el mío es todo lo contrario.

Disten, cuando está enfermo es que busca de mis mimos o caricias, pero si se encuentra bien, —que es como normalmente anda casi siempre, gracias Dios —, me ignora. Es un gato muy independiente, regordete y vago. Sobretodo vago.

Maúlla y me mira con su característica cara de gato gruñón. Yo río y acaricio su pelaje. Se levanta del mueble y se va hacia su pequeña casa de dos plantas. No me soporta. A veces pienso que no me quiere tanto como yo a él.

Admito que muchas veces soy un poco… insoportable. Más que nada cuando tengo problemas o estoy triste. Creo que es porque, como vivo sola, y no tengo a nadie más con quien hablar, me acerco a su casita y le hablo por horas y horas, es a quien le cuento, también, mis planes con mis historias o lo que hago en la editorial donde trabajo, porque no solamente escribo, también soy editora. Le cuento mis problemas y lloro a su lado cuando me pasan ciertas desgracias.

Porque soy muy propensa a pasar vergüenza por las cosas que hago.

Aquí donde me ven como la gran joven y muy respetada escritora de, más que nada, desamor; soy un desastre andante. De respetada no tengo nada.

Bostezo y miro como Disten se acuesta e intenta estirar su pata, sin dejar de mirar su comida que está un poco alejada de él. ¿Es en serio?

—Oye, está más cerca de lo que crees. Ve y busca tu comida, no seas flojo. —En vez de ir por ella, recuesta su barbilla en sus patas, poniéndose cómodo, y en ningún momento deja de mirar su comida. —. Me hubiese gustado saber si tus padres también eran así de holgazanes. Eres todo un caso.

Me acerco al plato de su comida y se la llevo hasta donde está acostado. Él come y yo suspiro. Luego achico mis ojos al notar que ahora se queda viendo el envase de su agua que estaba junto al plato de comida, un poco alejado de él también. Suspiro con resignación y tomo el agua para ponerlo a sus pies.

—Soy tu súbdita, tu esclava. No tengo duda alguna.

Me encamino hacia el baño y tomo mi celular para irlo revisando mientras me lavo los dientes. Es fin de semana y no tengo nada que hacer. Llevo aproximadamente dos meses viviendo en este barrio, es un muy bonito barrio de París, llamado: Le Marais; también conocido como el barrio de la moda.

La verdad es que es muy inspirador para escribir, pero, a pesar de que da aires de romance, como toda parís, eso no influye en mí, y mucho menos en mi manera de pensar. A veces me cuestiono a mí misma y mi forma de ser. ¿Es normal no creer en el romance? ¿Realmente no creo en él? En ocasiones creo que sí, pero una cosa es creer en el romance, y otra muy diferente es creer en el amor.

El amor no existe.

Comienzo a colocarle un poco de pasta a mi cepillo de dientes y dejo mi celular parado frente al espejo de modo que la pantalla quede frente a mí y así yo poder manipularla mientras me lavo los dientes. Reviso mi I*. Cepillo mis dientes con una mano y con la otra muevo mi dedo hacia arriba.

No hay casi nada interesante: un libro nuevo de la editorial que está por salir, unas notas de buenos días de esas páginas de humor negro, dice que hoy es un día soleado y fresco, así que lo mejor es no salir porque de seguro habrá mucha gente afuera y es horrible ver a otras personas. Son insoportables. Le doy like y sonrío.

Comienzo a toser cuando un poco de pasta se va por mi garganta. Eso me pasa por andar burlándome y estando de acuerdo con esos escritos.

Planeo limpiar mi boca y cuando la voy a lavar con agua, me llega un mensaje de parte de Bastián Leroy…

Ahora me estoy ahogando con el agua del enjuague bucal. Corro hacia la toalla y seco mi rostro, tomando grandes bocanadas de aire para calmarme. Bajo la tapa del inodoro y me siento sobre él luego de tomar mi teléfono. Porque soy así de rara y no puedo salir y sentarme en el living a responder.

[Él: Tengo una duda, señorita escritora, que espero que puedas responder. Aquí va: si el amor no existe, entonces ¿y el amor hacia tus padres? ¿amigos? ¿compañeros? ¿mascotas?]

Ruedo mis ojos. ¿No habíamos dejado atrás este tema ya?

[Yo: Buen día, señor Leroy. Respondiendo a su duda… Una cosa es ese tipo de amor y otro muy diferente el romántico]

[Él: Pero entonces, con esto, supongo que me estás confirmando que sí existe el amor]

[Yo: Supongo que depende del punto de vista de cada persona]

[Él: No estoy de acuerdo. El amor existe. Yo lo sé]

[Yo: Es tu errada opinión, pero la respeto].

Mentira, no respeto nada.

Veo que en la pantalla dice que se está grabando un audio y contengo la respiración.

—Está bien, yo también me dije que iba a aceptarte así y todo con tus defectos, así que pido una tregua. También respeto tus creencias erradas. Solo quería tener una excusa para escribirte y desearte los buenos días. Buenos días.

No pude centrarme mucho en lo que decía porque su voz ronca y extremadamente varonil casi acaba conmigo. Dios santo, creo que jamás había sentido un corrientazo tan fuerte en ciertas zonas.

Okey, Annette, contrólate.

—Tan solo debías decir: Buenos días. Y ya.

Es todo lo que respondo. Miro a mi alrededor en cuanto siento a mi voz impactar contra las paredes y replicar, creando una especie de eco y me recuerdo que estoy en el baño. Niego con mi cabeza y salgo de allí.

Camino hacia la cocina y comienzo a prepararme un desayuno nada sano: pan con tocino frito, mayonesa y trozos de carne del shawarma del día anterior. Lo meto en el microondas y luego voy por un café, pero no hay café así que opto por tomar el juego de limón que hice hace dos semanas. Lo pruebo y la verdad pues, sabe bien.

—Diosito, si muero envenenada, solo no me hagas sufrir. Mátame de una vez —le imploro al techo del departamento.

Otro mensaje llega y mientras me tiro en el sofá para comerme mi poco sano desayuno, reviso lo que Bastián responde.

[Él: Buenos días. ¿Cómo está tu mañana? Supongo que debes estar súper ocupada escribiendo. Hay una tesis que se hizo muy popular donde dice que la mayoría de los escritores suelen escribir mayormente en la mañana]

[Yo: Te mintieron. O a lo mejor no, y soy yo la única persona rara que se inspira más en la madrugada]

[Él: Así que eres un lobo nocturno. Sí, muchas personas también se inspiran más en ese horario, yo soy una]

Miro sorprendida la pantalla de mi teléfono. ¿Él escribe? ¿No se supone que es un simple pizzero?

[Yo: ¿Tú?]

Veo como dice ‘’escribiendo’’, y luego borra y vuelve a escribir y a borrar, hasta que finalmente responde.

[Él: Sí, pero no por tus mismas razones]

[Yo: Explícate] suena a orden, pero no me importa.

Sigo comiendo de mi pan, sin dejar de mirar la pantalla de mi celular. Abro rápidamente el mensaje que llega.

[Él: Estudié periodismo. Ahora estoy en la búsqueda de un trabajo donde poder ejercer sobre eso]

[Yo: Vaya, eso no me lo esperaba. Dijiste que eras pizzero. Pensé que solo trabajabas de eso]

[Él: Así es, por eso estoy buscando trabajo, para comenzar a hacer algo más]

[Yo: Oh]

[Él: Bueno, te dejaré en paz para que puedas hacer tus cosas, de seguro eres una autora muy ocupada. Yo también debo empezar mi día. Cuídate]

[Yo: Adiós]

Lanzo mi celular hacia el otro mueble y escucho a Disten volver a maullar. Volteo a mirarlo y ahora se encuentra adentro de su casa mientras mira su comida y su agua donde anteriormente las dejó. Bufo y termino de comer mi pan y tomar mi jugo, para ir a buscar su comida y agua y ponerla en sus patas.

—Nos parecemos más de lo que crees —digo, recordando que yo suelo comerme lo primero que encuentro antes de tener que cocinar.

Voy hacia mi habitación y miro la computadora sobre la cama: no tengo ganas de escribir.

Miro el televisor: no tengo ganas de ver nada.

Miro mis libros: tampoco tengo ganas de leer.

Es muy raro que tenga un día donde no tenga ganas de hacer algo referente a mi escritura o lectura. Normalmente me da flojera cocinar, lavar, planchar, limpiar, pero cuando se trata de leer o escribir, lo hago enseguida.

Me tiro en la cama y no duro ni dos minutos acostada. No quiero estar allí.

¿Qué me pasa? ¿Qué es lo que quiero?

Entonces pienso en la zona donde vivo. No he salido ni una vez a verla, a menos no con detenimiento y pensando en hacer turismo, disfrutar. Solo fui a la feria de aquí y eso porque tenía que ver con mi trabajo, del resto, no conozco el lugar donde ahora vivo.

La verdad es que ya había pensado en esto, pero no tenía ganas de salir o me había interesado en conocerla, como ahora. Salgo de mi habitación y me planto frente a la pequeña casita de mi gato.

—Disten, vamos a pasear y no acepto un no por respuesta —le señalo con mi dedo y él voltea su cara, escondiéndose, para seguir durmiendo. Qué irrespetuoso.

Regreso a mi habitación, me cambio de ropa, tomo mi celular y lo coloco en mi bolsillo trasero y en uno de los delanteros meto mi documento de identidad y dinero por si quiero comprarme algo…

Probablemente termine comprando una deliciosa hamburguesa. Ese es un buen motivo para salir. Sonrío y voy directo hacía Disten, quien intenta salir corriendo cuando ve que tomo su correa, pero soy más rápida y lo alcanzo. Él vuelve a maullar. Probablemente acaba de decirme una mala palabra, pero poco me importa.

—Saldremos a caminar y a conocer a nuestros vecinos. Serás amable y cariñoso. Te portas bien, eh.

Engancho su correa de su collar y lo hago ir detrás de mí. Camina con pereza y yo lo dejo ir a su ritmo. Tampoco es que tenga mucha prisa, pues quiero ver todo con detenimiento y disfrutar del pequeño paseo.

Una vez estamos abajo, muchas personas se distraen mirando a mi gato y me asombra ver cómo disfruta de la atención de la gente. Es todo un caso, este pequeño felino. Ojalá a mí, que soy su madre adoptiva, me tratara igual.

Me emociono como niña pequeña al mirar los lugares por los que pasamos, son muy hermosos. Hay uno donde su techo es de puros paraguas de diferentes colocares, y la mayoría de locales son panaderías o de comida rápida. Hay uno que sobresalta demasiado, porque es más grande que todos y de repente cambio de parecer, porque ahora no quiero una hamburguesa, quiero pizza.

Me encamino hacia allá y me detengo en el umbral. Respiro con fuerza, captando su olor y abro los ojos inmensamente cuando escucho una voz.

Podría jurar que la escuché esta mañana…

Entonces lo veo moverse detrás del mostrador, entregando una pizza.

Bastián Leroy está aquí.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo