POV de Diego
La sangre sabe a metal en el aire. Es una fragancia densa, mezclada con el polvo y el sudor que impregna el sótano donde Luis está arrodillado frente a mí. Su rostro está hinchado por los golpes, pero sus ojos aún conservan ese brillo desafiante. Como si realmente creyera que aún tenía el derecho de justificar su traición.
Lo miro, sin parpadear, sin mostrar la tormenta que revienta dentro de mí.
—Dímelo otra vez —digo, mi voz es baja, peligrosa.
Luis escupe al suelo. Su saliva es roja.
—No fue traición, Diego. Fue protección.
Me río, pero el sonido no tiene humor. Camino lentamente a su alrededor, sintiendo el peso de la Glock en mi mano. El frío del metal contra mi piel es reconfortante, un recordatorio de que en este mundo, el poder lo sostiene aquel que está dispuesto a hacer lo que otros no pueden.
—¿Protección? —repito, inclinándome hasta quedar a su nivel. Su aliento apesta a miedo, aunque intenta ocultarlo—. ¿De quién carajo crees que me estabas protegiendo?
Luis