POV de Diego
Cuando Adriana salió esa tarde para ver a su padre, sentí algo extraño. Como si el aire se congelara en mi pecho. La había visto enfrentarse a cosas peores, pero esta vez era distinto. Esta vez iba a cerrar un círculo… o abrir una herida más profunda.
Y no podía acompañarla.
Me quedé en el departamento, sentado en el borde del sofá, mirando la puerta como si al observarla fijamente pudiera protegerla. Era absurdo. Pero era lo único que podía hacer.
Saqué mi cuaderno y comencé a escribir. Cuando no puedo hablar con nadie, le hablo al papel.
Adriana es una tormenta y un faro al mismo tiempo. Nunca pensé que amaría a alguien que me hace cuestionar todo lo que soy, pero con ella todo es real. Aterradoramente real.
Suspiré. Cerré el cuaderno. Me levanté. Caminé. Me senté de nuevo.
Y entonces el celular vibró.
Un mensaje de ella:
“Estoy bien. Ahora vuelvo.”
Tres palabras. Bastaron para que mis pulmones volvieran a llenarse.
Cuando regresó, no dijo nada al principio. Entró, dejó