Capítulo 3
Al día siguiente fui con Adrián a la tienda para elegir el vestido de novia. En todo el camino ninguno de los dos pronunció la primera palabra.

En el semáforo, Adrián golpeaba el volante con impaciencia y me lanzaba miradas de reojo.

Yo, de cara a la ventana, no lo miré ni una sola vez.

Al final, quizá porque ya no pudo aguantarse, dijo: —Las flores de verano están en plena floración, en el bosque deben de estar aún más hermosas.

Al ver que no respondía, añadió: —Dicen que este verano el Bosque de las Luciérnagas estará lleno de luces, y que las parejas que celebran allí su ritual reciben la bendición más sincera de la diosa de la luna.

Respondí con un simple: —Lo sé.

Al ver que no tenía ganas de seguir la conversación, Adrián se mostró incómodo.

—Quiero decir, el ritual de la marca se celebra una sola vez en la vida. ¿No quieres hacerlo en un lugar más significativo?

Fruncí el ceño.

¿Un sitio elegido al azar por Sofía podía tener más significado que aquel donde nos conocimos y casi perdí la vida?

—No se me ocurre un lugar más significativo que la orilla del Lago de la Luz de Luna —contesté.

Adrián asintió con torpeza: —Sí, tienes razón.

Giré la cabeza y lo miré: —¿Tienes algo más que decirme?

Era la última vez que depositaba mis esperanzas en él, esperando escuchar la verdad de sus labios.

Adrián apretó con fuerza el volante: —No. Siempre confío en ti para organizar las cosas.

Sentí que mi corazón se helaba por completo.

Seguía sin querer ser sincero conmigo.

Ya daba igual, lo que dijera ahora no cambiaría nada.

Llegamos a la tienda de novias; yo me ocupaba de escoger vestidos, mientras Adrián, a mi lado, parloteaba sin parar: —Laura, imagina este vestido rodeado de luciérnagas, sería precioso.

De pronto, a mis espaldas sonó una voz familiar: —Adrián, ¿estás ayudando a Laura a elegir su vestido de novia?

Sofía, al verme, fingió sorpresa: —¡Qué coincidencia, Laura, tú también estás aquí!

La dependienta sonrió con cortesía: —¿Señorita, busca usted un vestido de fiesta?

Sofía respondió con aire orgulloso: —Mi vestido Adrián ya lo encargó: es de alta costura, exclusivo, y llevará incrustada una gema lunar azul.

Adrián carraspeó, como si quisiera advertirle que se callara.

Yo fingí no haber escuchado nada, levanté un vestido y le dije a la dependienta: —Este, envuélvamelo.

Ella me miró dudosa: —¿No quiere probárselo?

—No, tengo cosas que hacer, me voy ya.

Sofía mostró de inmediato una expresión inocente: —¿Te molestó que yo estuviera aquí? Si es así, me voy.

Adrián apresuradamente la sujetó de la muñeca: —No, no te vayas.

—Laura, ¿puedes dejar de ser tan celosa? Siempre con esa cara descontenta, no pareces una verdadera Luna.

Él la abrazó por los hombros, como si fueran ellos la pareja legítima.

—Todos los días me desgasto manejando los asuntos de la manada, y cuando vuelvo a casa todavía tengo que aguantar tu mal humor. Tú no eres el sol para que todos debamos girar a tu alrededor.

Sofía intervino suavemente: —Adrián, no digas eso, Laura aún está herida.

Preso de la rabia, él escupió las palabras sin medirlas: —¡Fue culpa suya!

Esa frase me atravesó el corazón con más dolor que las propias llamas que me quemaron la piel.
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