Adrián llegó cuando la ceremonia ya había terminado; Samuel y yo aún estábamos en la orilla del Lago de la Luz de Luna disfrutando de la luz de la luna.
Él me apretó la mano con fuerza, los ojos inyectados en sangre.
—Laura, solo cambié el lugar del ritual, ¿y vas a abandonarme para irte con otro hombre?
Negué con la cabeza. Hasta ese momento no había caído en cuenta de su problema.
—Entre nosotros ya no hay nada. Vete.
Adrián me miró, con la voz llena de queja: —¿Cómo puede no haber nada? ¡Yo soy tu compañero!
—Ya no lo eres.
Tomé de la mano a Samuel y me preparé para marcharme.
Adrián se interpuso en mi camino y, señalando a Samuel, dijo: —¿Qué tiene ese hombre para que me dejes por él? Aunque sea por rabia, no puedes casarte así, con un desconocido.
Cuanto más hablaba, más exaltado se ponía, al borde del colapso emocional.
Respondí con indiferencia: —Lo conozco desde hace más tiempo que a ti. No es un desconocido.
Adrián se quedó atónito y estalló en cólera: —¡Cambiar el lugar del r