Tres días después, Samuel y yo regresamos del Lago de la Luz de Luna.
En el camino a nuestra nueva casa nos encontramos con Adrián.
Tenía el ánimo decaído, las ojeras oscuras demostraban que no había dormido desde que volvió del lago.
Al verme, sus ojos apagados recuperaron por fin un poco de brillo.
—Laura, escúchame... —me dijo—.
Alargó la mano y me agarró con fuerza.
—¡Suéltame!
Samuel se interpuso frente a mí con el rostro sombrío.
—¿Puedes darme un poco de tiempo? —rogó Adrián.
Suspiré y retiré la mano.
—Tres minutos, tenemos cosas que hacer.
De pronto Adrián se arrodilló, golpeando la cabeza contra el suelo.
—Perdóname, todo fue mi culpa... Lo recuerdo, lo recuerdo todo... —tembló, y sacó de su bolsillo un anillo—.
—¿Te acuerdas? Te dije que te esperaría siempre.
Miré el anillo con la gema azul en su mano; me revolvió el estómago recordar que esa gema había sido adorno en la ropa de Sofía.
—Adrián, ¿recuerdas lo que me dijiste en el hospital? —pregunté.
Él asintió sin cesar: —Lo