Mundo ficciónIniciar sesiónCapítulo 5
Dorian. El aire en las mazmorras estaba cargado con el hedor a piedra mojada. Y bajo toda esa podredumbre, un perfume singular se colaba en mis fosas nasales recordándome la noche en la que se fracturó mi autocontrol. Arya. La había encadenado para reafirmar el control sobre mí mismo. Ella es el catalizador que el maldito Morvak utiliza para romper mi negación. La había dejado en ese pozo oscuro para poder concentrarme en lo único que me importa, vengar el recuerdo sagrado de Kendra, mi Luna muerta. Subí los escalones hasta la sala del consejo, la gabardina oscura se pegaba a mi cuerpo como una segunda piel. Sabía que esta reunión no era sobre la gestión de recursos; era sobre mi deber como Alfa de la manada. Entré. El aire era más denso allí, cargado de la arrogancia de la antigüedad y las expectativas de las viejas leyes. Cinco ancianos me esperaban sentados alrededor de una mesa larga de cedro. Mi padre, Thane, el Alfa mayor, se encontraba en el centro, mirándome con una autoridad que ya no podía controlarme. —Dorian —dijo, su voz cargada de esa habitual arrogancia—, has gobernado en la oscuridad por dos años. Tu sed de venganza por la pérdida de Kendra es entendible, pero el luto debe terminar ahora. El Consejo debe actuar por el bien y el futuro de la manada. Me recosté contra el respaldo de mi asiento, cruzando los brazos sobre mi pecho en un gesto de desafío. —Mi mandato es incuestionable. He restaurado la fuerza y el respeto de la manada. Nadie se atreve a desafiarnos en el bosque. Y no me arrodillaré ante una vieja tradición. —Un Alfa no puede sostener una manada entera sin una Luna a su lado, sin un heredero legítimo que garantice la estabilidad —intervino Aric, el alfa más viejo, con su tono soberbio. Su mirada era un golpe directo al vacío que Kendra había dejado en mi pecho. Un puesto que yo había jurado que nadie más ocuparía, que mantendría cerrado hasta el final de mis días, solo por ella. —El puesto de Luna no es una vacante, es un juramento. Nadie reemplazará a Kendra. Thane, mi padre, se levantó con lentitud. —Estás desafiando una ley antigua —murmuró apretando los dientes—. Estás permitiendo que nuestra manada se agriete. Una manada sin Luna es una manada rota, débil... vulnerable. Estás condenando nuestro linaje por un fantasma. Gritó y sentí la frustración arder en mi garganta. —Tienes qué asegurar el futuro de nuestra manada. Sabes bien que más que un capricho, es tu deber. Estaban usando la excusa del deber y la supervivencia de nuestra especie para forzarme. Morvak gruñó dentro de mí, tan fuerte que la sala entera quedó en absoluto silencio. —Lo haré —dije finalmente. El rostro de mi padre se iluminó con una victoria anticipada. —¡Excelente! —exclamó el viejo Thane—. La familia de Raven ha sido leal por generaciones. Su linaje es impecable, y su descendencia… —¡No! —interrumpí. Mi voz fue un rugido primario que hizo temblar el candelabro sobre la mesa. No cedería mi matrimonio a una alianza política barata. Raven, la hija de Aric, una loba tan ambiciosa como repugnante, entró a la sala. Su vestido oscuro ceñido al cuerpo era un anuncio de su inminente ascenso al poder. Ella me dedicó una sonrisa de satisfacción que casi me obliga a levantarme y destrozar la mesa. Mi padre, ignorando mi negación, alzó una copa de vino. —Brindemos por la futura Luna, Raven, y la unión de nuestros clanes. Apreté los puños hasta oír el crujido sordo de mis nudillos. No iba a entregar mi vida a la mujer equivocada. Morvak quería una Luna, sí, pero esa no era Raven. Mi lobo la había elegido a ella, a esa altanera rebelde que me desfiaba, esa que nunca baja la mirada. Interrumpí el brindis, mi mirada fija en mi padre, cargada de advertencia. —La decisión es mía. Acepto el compromiso para preservar la manada. Pero solo yo decido con quién me caso... y será bajo mis términos. La copa de mi padre se detuvo antes de llegar a su boca. La sonrisa de Raven se desvaneció de inmediato, sus ojos se entrecerraron, una furia contenida burbujeaba en su rostro casi perfecto. —¿Y quién es la afortunada, Dorian? —preguntó ella, tratando de disimular la rabia que hervía en su sangre. —Eso lo sabrán a su debido tiempo. Pero no dejaré que me usen para sus conveniencias políticas. Di media vuelta, ignorando los gritos furiosos de mi padre. La decisión me había sido impuesta, sí, pero la elección me pertenece. Y solo había una que podía apaciguar a Morvak y, al mismo tiempo, mantenerme libre de ataduras emocionales. Arya. Mi loba despertó de golpe, furiosa, casi a la defensiva, al oír los pasos de Dorian. Su presencia era la de un depredador al acecho. El guardia se retiró cuando él se detuvo frente a los barrotes. Su figura oscura era inconfundible. Su rostro no mostraba ni una pizca de arrepentimiento por haberme encadenado. Solo una posesión fría y absoluta que me erizaba la piel. Me levanté apoyándome en el frío acero. Él dio un paso más y su cercanía me cortó la respiración. Sentí el pulso violento de la conexión que compartimos, la misma que me hizo correr al río aquella noche. —Libérame —exigí, sintiendo cómo el miedo me quebraba la voz. La frialdad de su mirada se posó en el grillete de hierro en mi tobillo. Luego, su rostro se acercó. —Lo haré —susurró con su voz profunda, una vibración peligrosa contra mis oídos—. Pero el precio es más alto que tu propia vida, pequeña omega. Se inclinó, y el aire alrededor se hizo más denso con su dominio. —Tengo un trato para ti, Omega. El Consejo me obliga a casarme. Morvak me obliga a elegirte. Y yo... vine a proponerte que seas mi Luna. No una real, porque ese lugar ya está ocupado. Tú serás mi Luna falsa. Me alejó un paso para procesarlo. La palabra "Luna" me golpeó con la fuerza de una sentencia. —¿Qué? ¿A caso... estás loco? —Me darás el control político para asegurar mi trono, me librarás de un compromiso que no quiero aceptar y, crucialmente, silenciarás a mi lobo. A cambio, te daré libertad, un nombre, y la protección absoluta de esta manada. Mi mente estaba paralizada por la confusión. ¿Luna Falsa? ¿Casarme con el hombre que me había encadenado, el Alfa del clan enemigo? Su mirada se clavó en mis ojos, sin permitirme dudar. Su voz, ahora, no era una propuesta. Era un decreto. —Serás mi Luna falsa, omega. O el único escape que tendrás de estas mazmorras va a ser cuando arrojen tus restos a los cuervos. La rabia y la humillación luchaban contra la abrumadora decisión. O me casaba con el enemigo... o mi historia terminaría aquí, encadenada y sola. Mi única oportunidad de sobrevivir era convirtiéndome su falsa esposa.






