Orion Blaine

La medianoche había caído sobre la ciudad. Destiny estaba frustrada y cansada.

Cada paso que daba resonaba con el eco de las humillaciones de la noche.

El dolor del brazo magullado por la tía de Alaric, el vino tinto manchando su vestido y los ecos de los insultos ("sirvienta", "basura"), todo se sentía como una carga insoportable, incluso más que la pesada mochila sobre sus hombros.

En su mente, se aferraba a la única arma que tenía: la grabación que había capturado en su teléfono. La prueba.

Se maldijo por haber ido a la Mansión Winter.

Recordaba con amargura las palabras del anciano Winter: "Los papeles importantes se entregan cara a cara".

Había ido a entregar el divorcio, pensando que al menos tendría una salida digna.

Pero Alaric Winter había demostrado su desinterés, permitiendo que la humillaran. La caminata nocturna era el colmo.

"Puede ser peor", se dijo a sí misma. Buscando consuelo en su propia voz, sus ojos se posaron en la puerta cerrada del dormitorio. La medianoche había pasado y el delegado ya la había cerrado con llave.

Con dedos temblorosos, marcó el número de Sierra en su viejo celular.

—¿Hola? —la voz somnolienta de su mejor amiga la recibió.

—Sierra, estoy afuera… y no tengo las llaves… —dijo Destiny, agotada.

Sierra, su amiga de la infancia, la conocía a la perfección. Ellas eran como hermanas.

—Te dije que no volvería a hacerlo… —respondió Sierra, con voz gangosa, pero el sonido de su cama crujiendo mostró que ya se levantaba.

—Vamos… Es la última vez… —mintió Destiny.

—Eso dijiste la última vez… —la voz de Sierra era de reproche.

En el silencio, Destiny se sentó en el suelo, apoyando su espalda contra la pared fría del pasillo.

Cerró los ojos y, sin pensar, tarareó una melodía. Era una canción que creía haber inventado como un eco de la madre que nunca tuvo, una canción de cuna que le traía una paz momentánea, un escape de la cruda realidad de su matrimonio y de la mancha de vino en su vestido.

De repente, una voz profunda y melodiosa se unió a su canto.

Las notas de un hombre se entrelazaron con las de ella, creando una armonía que le erizó la piel.

—… Descansa, tesoro, en mi dulce canción, eres mi universo, mi gran bendición. Y en cada latido, mi promesa te doy: siempre estaré contigo, mi dulce amor.

Abrió los ojos. Un hombre alto, de cabello azabache, de pie a su lado, la miraba con una intensidad inusual.

—Mi dulce guardián… mamá solía cantarla antes de dormir —dijo el hombre. Su tono era suave, sus ojos la observaban con un brillo singular, como si compartieran un secreto íntimo.

Un torbellino de emociones la asaltó.

Aquel hombre, un total desconocido, conocía la canción que ella apenas se atrevía a tararear. Una melodía que, en lo más profundo de su ser, había creído inventar.

Era imposible.

—¿Es una canción de cuna? —preguntó, con voz temblorosa.

—Sí… una bastante única —respondió él, melancólico.

El hombre, con una llave en la mano, abrió la puerta del dormitorio.

Ella lo miró, atónita. Este hombre tenía ojos verdes, piel pálida, rostro esculpido.

Su cabello azabache le daba un aire bohemio, y una sonrisa picarona se dibujaba en sus labios.

Destiny sintió una familiaridad que la inquietó, una sensación de reconocimiento.

—¿Te vas a quedar ahí? —dijo su voz suave.

Destiny, con una sonrisa sonrojada, negó. Se levantó del frío suelo y él la invitó a entrar con un gesto galante.

—No eres el delegado… —susurró, sorprendida y aliviada.

El hombre expandió su sonrisa. —No… creo que soy más lindo y limpio —Él respondió divertido—. No es nada, es siempre un placer ayudar a una dama en apuros.

La puerta del dormitorio se cerró con un suave clic, y los tres pisos que subieron, aunque en silencio, fueron una tortura para Destiny.

Se sentía expuesta y vulnerable.

Orion no quería que la charla fuera tan corta. Cada momento que pasaba cerca de ella lo acercaba a la verdad, a la mujer que no sabía que era su hermana.

En el segundo piso, la puerta de Sierra se abrió de golpe.

Su amiga, con el cabello alborotado y el rostro aún somnoliento, se detuvo en seco al ver a Orion.

Sus ojos, antes llenos de reproche, se abrieron de par en par. Sus mejillas se tornaron carmesí, y su boca se abrió en una "o" de sorpresa.

—Tiny… ¿Cómo entraste? —Sierra graznó, avergonzada, lanzando una mirada de fascinación que apenas pudo ocultar.

—Hola, Sierra —dijo Orion con una sonrisa que la hizo temblar.

Sierra se dio media vuelta y corrió a su habitación.

Se encerró de un portazo, dejando a Destiny con más preguntas que respuestas.

Destiny, sin entender, le dedicó una sonrisa incómoda al hombre.

—Ella por lo general es muy normal, lo juro, y lo lamento —se disculpó, sonrojada—. Te agradezco que me hayas ayudado con la puerta.

Orion se rio suavemente. Su mirada volvió a ser tan profunda como el océano. La curiosidad de Destiny se intensificó.

No solo por el misterio que él representaba, sino por el extraño efecto que tenía en su mejor amiga.

Destiny abrió la puerta de su habitación. Justo antes de cerrarla, escuchó la voz de Orion Blaine.

—Destiny... —dijo, y la familiaridad con la que pronunció su nombre la hizo detenerse.

—No recuerdo haberme presentado —murmuró, confundida.

Una sonrisa enigmática se dibujó en los labios de Orion.

—No lo hiciste. Pero me preguntaba... tu lunar, el que tienes cerca del ojo. ¿Te han dicho que se parece al del antiguo dueño del campus? Él y mi padre eran muy parecidos, curiosamente.

La sonrisa de Orion se desvaneció, y sus ojos se posaron en ella con una intensidad que la hizo temblar. No era un flirteo. Era una pregunta, una prueba.

Un escalofrío recorrió la espalda de Destiny, porque la gente siempre le había dicho que su lunar era idéntico al de un hombre de viejas fotografías del campus.

—No... es único, es solo mío —respondió, su voz apenas un susurro.

—¿De verdad? En mi familia es una marca paterna, todos mis ancestros lo tienen. Mi padre lo tiene, mi abuelo lo tenía. Mi hermana… —su voz al mencionar a su hermana se escuchó dolorosa—... también lo heredó.

La curiosidad en su voz no era casual; era un sondeo, una búsqueda.

Destiny, desorientada, no supo qué responder.

Su corazón latía con fuerza. ¿Quién era este hombre? ¿Por qué sabía de la canción de cuna de su madre y de un lunar que supuestamente era único?

Orion, notando su desconcierto, cambió abruptamente de tema. Su mirada seria dio paso a una sonrisa ligera.

—Entonces te dejo descansar. Ten una buena noche, Destiny.

—Tú también... gracias, de nuevo —respondió ella, atónita.

La puerta se cerró.

Destiny se recostó contra ella, su mente un torbellino de preguntas.

Alaric Winter era solo una sombra del pasado, pero el futuro, con el enigma de un extraño que conocía los secretos de su madre, el misterio de su lunar y el bienestar de su amiga, se sentía más brillante y, a la vez, más peligroso.

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