Alaric Winter no había dejado de trabajar en días. El hecho de que todo hubiera caído en una situación tan vergonzosa como la de aquella noche lo consumía.

—Señor, los inversionistas preguntan si usted está de acuerdo con las decisiones tomadas...

Alaric salió de sus pensamientos. Observó al secretario Frost, que, con una expresión cargada de duda, lo observaba sin entender por qué parecía tan perdido.

—Sí, lo estoy... continúa con lo que sea que estabas haciendo... —La voz distante de su jefe puso en alerta al hombre. El secretario era alguien sabio y calculador, la mano derecha de su jefe. El hecho de que aceptara algo sin siquiera revisarlo lo tenía nervioso, por lo que tomó los documentos en sus manos y observó a su jefe con una mirada curiosa.

—¿Qué ocurre, Frost? Si no tienes nada que decir...

—¿Le ocurre algo, mi señor? —Las palabras de Alaric fueron interrumpidas por la pregunta de su secretario, mientras aquel se mostraba curioso. Alaric sintió algo de vergüenza.

—No me ocurr