—Destiny, ¿te gustan los crustáceos? He preparado los mejores para esta cena.
La voz de Triana era dulce, pero un destello malicioso en sus ojos delató sus intenciones.
Destiny se tensó. Ella era fuertemente alérgica a los crustáceos. Se preguntó si esta lo sabría, si había alguna posibilidad de que hubiesen preparado la cena con la idea de hacerle daño.
La idea era tan retorcida que la hizo sonreír.
Antes de que Destiny pudiese responder, la madre de Triana habló con una sonrisa notablemente falsa. —Querida, por supuesto, deben gustarle, o tal vez nunca los haya comido. Dime, cariño, ¿en el reclusorio que te tenían te daban buena comida? Eres tan pequeña y poco agraciada.
La risa de Destiny resonó en la sala. Una carcajada que no tenía nada de inocente. Triana y su madre se miraron confundidas.
—No era un reclusorio, era un internado —dijo Destiny con una amabilidad igual de fingida que la de las mujeres—. Pero sí, me alimentaron muy bien. Gran parte de la herencia que se me dejó des