ANTES DE INICIAR CABE ACLARAR QUE ESTA HISTORIA PERTENECE A LOS HIJOS DE LA HISTORIA CONTRATO DE AMOR, ESCRITA POR MI Y QUE SE ENCUENTRA EN EL PERFIL. NO OBSTANTE, NO ES NECESARIO LEER ESA HISTORIA YA QUE NO ESTAN CONECTADOS.
El casino Volkov brillaba bajo las luces doradas de las arañas de cristal. La música de jazz suave flotaba en el aire, mezclándose con el sonido de las fichas deslizándose sobre las mesas y el tintineo de las copas de whisky caro. Era un lugar exclusivo, solo para la élite de Rusia, un refugio para los hombres más peligrosos del país. Katerina Volkov caminaba entre las mesas de póker y ruleta con la gracia de una reina en su palacio. Su vestido negro de seda resaltaba su figura esbelta, y sus ojos de un azul profundo analizaban cada movimiento con cautela. No pertenecía a este mundo de apuestas y traiciones, pero su padre, Sergei Volkov, la había traído esta noche por un motivo que aún no comprendía. Desde el otro lado del casino, un hombre la observaba. Aaron Morgan. Alto, de traje impecable y presencia dominante, el CEO de Morgan Company se movía con una confianza absoluta, como si el casino entero le perteneciera. Su apellido era sinónimo de poder en Inglaterra y Rusia, y esta noche, estaba allí para cerrar un trato. Uno que Volkov no podría rechazar. Cuando Aaron se acercó a la mesa donde Sergei jugaba con otros líderes criminales, el ambiente se tensó. Katerina vio cómo su padre sonreía con frialdad y se ponía de pie para estrechar la mano del inglés. —Morgan, no pensé que te interesara este tipo de ambiente —dijo Sergei, su voz profunda y cargada de cautela. Aaron sonrió de lado. Aquella sonrisa perversa y peligrosa que lo vuelve más atractivo. —Los negocios me llevan a lugares inesperados. Y sé que usted necesita uno ahora mismo. La mirada de Sergei se endureció. Katerina sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sabía que su padre enfrentaba problemas financieros. A pesar del imperio criminal que dirigía, los últimos meses habían sido duros. Aaron se sentó con calma en la mesa y dejó un portafolio negro frente a Sergei. —Cien millones de dólares —dijo con frialdad, deslizando el portafolio hacia él—. Un préstamo para salvar su imperio. Sin intereses. Katerina entrecerró los ojos. No había nada gratis en el mundo de los negocios, y menos viniendo de Aaron Morgan. Sergei dejó escapar una risa áspera. —Generoso, pero nada en esta vida es gratis. ¿Cuál es el precio? Aaron giró la mirada hacia Katerina. —Su hija. El silencio cayó sobre la mesa como un golpe. Katerina sintió que su corazón se detenía por un segundo antes de comenzar a latir con fuerza. —¿Qué? —su voz fue un susurro tenso. Aaron no la miró, mantuvo sus ojos grises fijos en Sergei. —Quiero casarme con ella. Katerina sintió la ira subirle a la garganta. —No soy una mercancía para negociar. Aaron finalmente posó su mirada en ella, intensa y calculadora. —No. Eres la única garantía que tengo de que tu padre pagará su deuda. Sergei observó a su hija con seriedad. Katerina entendió en ese momento que su padre consideraría la oferta. Y eso la aterrorizó más que cualquier otra cosa. Su destino acababa de ser apostado en la mesa de un casino. El ambiente del casino estaba cargado de tensión cuando Sergei Volkov se puso de pie, su mirada oscura recorriendo el rostro impasible de Aaron Morgan. El inglés no había vacilado al exigir a Katerina como garantía de su préstamo. Su frialdad lo hacía peligroso, un hombre que no hacía ofertas a menos que ya hubiera calculado cada resultado posible. Sergei inhaló hondo y luego asintió con la cabeza hacia sus guardaespaldas. —Vigilen a Katerina —ordenó con voz grave. Uno de los hombres, un gigante de dos metros con un traje negro ajustado, se acercó un paso a la joven. Katerina fulminó a su padre con la mirada, pero Sergei ignoró su indignación. —Vamos, Morgan. Hablemos en privado. Aaron no dijo nada, solo se levantó con la misma elegancia con la que había llegado. Su expresión seguía serena, como si ya supiera el desenlace de esa conversación. Sergei lo llevó a través de un pasillo privado del casino, lejos del bullicio de las apuestas y las copas chocando. Atravesaron una puerta de madera tallada que daba a una oficina exclusiva para reuniones confidenciales. El lugar estaba decorado con madera oscura y cuero, un escritorio enorme presidía el centro de la habitación, con un bar privado en una esquina y un ventanal que daba a las luces de Moscú. Una lámpara colgante dorada proyectaba sombras tenues en la pared. Sergei caminó hasta el mueble de licor, sirvió dos vasos de vodka y le tendió uno a Aaron, quien lo aceptó con un ligero asentimiento. —Bien —Sergei se apoyó en el escritorio—. ¿Por qué mi hija? Aaron giró el vaso en su mano antes de responder. —Porque es la única forma de asegurarte de que cumplirás tu palabra. Sergei dejó escapar una risa grave. —No soy un hombre que rompe sus tratos. —No. Pero soy un hombre que no deja cabos sueltos —Aaron tomó un sorbo del vodka sin apartar sus ojos verdes de Sergei—. Y en este momento, no eres un hombre en posición de negociar. El rostro de Sergei se endureció. —No tienes idea de lo que estás pidiendo. Aaron apoyó el vaso en el escritorio con calma. —Tienes más enemigos de los que puedes manejar. Perdiste una operación de tráfico en la frontera con Ucrania hace tres meses, lo que te dejó sin una fuente de ingresos clave. Después, uno de tus hombres de confianza te traicionó y se llevó millones en efectivo. Y ahora, los otros jefes de la Bratva empiezan a dudar de tu liderazgo. No eres invencible, Volkov. Sergei apretó la mandíbula. Aaron no estaba adivinando. Sabía. El inglés apoyó los codos en el escritorio, inclinándose ligeramente hacia él. —Si los otros jefes ven tu debilidad, te aplastarán. Si la policía encuentra la forma de atraparte, te entregarán como un sacrificio para mantener su propio poder. Y si sigues sin dinero, perderás todo lo que has construido. Sergei se pasó una mano por el rostro. Era cierto. Estaba al borde del colapso. Aaron continuó con su voz fría y calculadora. —Cien millones no te salvarán para siempre, pero te darán tiempo. Lo suficiente para reestructurar tus negocios, eliminar a los traidores y recuperar el control. Pero si quieres el dinero… hay un precio. Sergei bebió un trago largo de vodka y se quedó en silencio, mirando la ciudad a través del ventanal. Su mente trabajaba rápidamente. Katerina era su hija. Su sangre. Pero en su mundo, la familia no era solo amor, era una carta en el juego del poder. Y en este momento, ella era la única carta que podía jugar. Finalmente, exhaló pesadamente y giró la mirada hacia Aaron. —Si acepto… ¿qué pasará con ella? Aaron sonrió con frialdad. —Será mi esposa. Llevará mi apellido. Vivirá bajo mis reglas. —¿Y si se niega? —Se asegurará de no hacerlo. Sergei dejó el vaso sobre la mesa y cerró los ojos un instante. La decisión estaba tomada. Katerina sería el precio de su imperio. —Está bien, Morgan. Tienes a mi hija. Aaron se levantó con la misma tranquilidad con la que había llegado. —Un placer hacer negocios contigo, Volkov. Sin otra palabra, salió de la oficina. Sergei se quedó allí, con la mirada perdida en el licor que giraba en su vaso. Sabía que Katerina nunca lo perdonaría. El eco de los pasos de Sergei Volkov resonaba en el pasillo mientras salía de la oficina con el peso de su decisión clavado en los hombros. A su lado, Aaron Morgan caminaba con la misma frialdad con la que había sellado el trato. No había satisfacción en su expresión, ni emoción en sus ojos verdes, solo la certeza de un hombre que siempre obtenía lo que quería. A pocos metros, Katerina Volkov se mantenía inmóvil entre dos guardaespaldas, su postura tensa mientras su mirada se paseaba entre su padre y el hombre que parecía ser su peor condena. El corazón le latía con fuerza en el pecho. Algo dentro de ella le decía que el futuro que había imaginado, aquel donde aún tenía libertad, acababa de desmoronarse. El silencio era espeso cuando Sergei se detuvo frente a ella. —Padre… —su voz fue un susurro tembloroso, casi una súplica. Él no la miró de inmediato. Sus ojos oscurecidos por el cansancio y el peso del poder evitaron los de su hija. Finalmente, exhaló y dijo con voz firme: —A partir de ahora, estás comprometida con Aaron Morgan. El golpe fue brutal. Katerina sintió cómo su alma se marchitaba con esas palabras. Su respiración se cortó en su garganta y por un instante, el mundo pareció detenerse. —No… —susurró, sacudiendo la cabeza con incredulidad—. No puedes hacerme esto. Sergei no respondió. —¡No soy una moneda de cambio! —su voz se quebró, la ira y el dolor mezclándose mientras sus ojos azules se llenaban de lágrimas. Aaron, de pie junto a su padre, la observaba con una expresión indescifrable. No había compasión en su mirada, solo determinación. Katerina sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. Había confiado en su padre. A pesar de la sangre en sus manos, a pesar de los pecados que pesaban sobre su nombre, siempre había creído que nunca la vendería como si fuera una simple transacción. Pero estaba equivocada. —Lo hice por el bien de la familia —dijo Sergei finalmente, con una frialdad que la destrozó aún más—. Es la única opción que tenemos. Las lágrimas se deslizaron silenciosas por sus mejillas. ¿El bien de la familia? ¿Y qué había de ella? Katerina dejó escapar una risa amarga, una risa de desesperanza. —No me estás salvando, padre. Me estás condenando. Su voz era apenas un hilo de resentimiento, pero en cada palabra latía una herida profunda que tardaría años en sanar… si es que alguna vez lo hacía. Aaron dio un paso adelante, su presencia intimidante envolviéndola. —No llores por lo inevitable, Katerina. A partir de ahora, eres mía. El aire abandonó sus pulmones con esas palabras. El futuro nunca le había parecido tan oscuro, estaría condenada a una cadena de oro, a una prisión de oro, pero también muy en el fondo conoce la palabra Mafia y todo el peligro que implicaba aquello, nada más no esperaba que sería una víctima más de aquella organización, Katerina bajo la mirada, el dolor penetrando todo su cuerpo y arrancando su corazón.El silencio en el casino era sofocante. Katerina Volkov apenas podía sostenerse en pie, su cuerpo tembloroso era incapaz de asimilar la magnitud de lo que estaba ocurriendo. Su padre la había entregado. Su propio padre la había vendido como si fuera un mero peón en su juego de poder. Aaron Morgan se giró hacia uno de sus hombres, un guardaespaldas de rostro pétreo vestido con un impecable traje negro. —Lleven todas sus pertenencias a mi residencia —ordenó con su tono frío y autoritario digno de un Rey. Los hombres asintieron y, sin vacilar, salieron del casino para cumplir la orden. Katerina sintió su estómago revolverse. —No. —Su voz se quebró mientras se aferraba al brazo de su padre, como si su toque pudiera traer de vuelta el hombre que alguna vez creyó que la protegería, al hombre que cuando había dado sus primeros pasos la aplaudia y estaba orgulloso de ella, el mismo hombre que cuando se caía ahí estaba para levantarla —. Padre, por favor. No lo hagas – ella suplicaba con
El viaje en el avión privado de Aaron Morgan fue una tortura silenciosa. Katerina Volkov no pronunció ni una sola palabra. Se mantuvo sentada, con la espalda rígida y las manos apretadas sobre su regazo, observando con resentimiento el horizonte que se extendía más allá de la ventanilla. Las luces de la ciudad se desdibujaban bajo ellos, y con cada milla que avanzaban, Katerina sentía que su vida quedaba más y más atrás. Su hogar. Su país. Su libertad. Todo se desvanecía, y lo único que la esperaba era un futuro incierto en manos de un hombre al que odiaba con cada fibra de su ser. Intentó calmarse, respirar, encontrar un atisbo de control en una situación en la que no tenía ninguno. Pero era imposible. La desesperación la devoraba desde dentro, la sensación de encierro se hacía cada vez más insoportable. Estaba atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar. Aaron, por su parte, no parecía afectado en absoluto. Se recostaba con arrogancia en su asiento, bebiendo whisky
La mansión Morgan era imponente, con sus altos ventanales y su arquitectura majestuosa, pero para Katerina Volkov era una prisión disfrazada de lujo.Cuando entró a la elegante sala, sus pasos resonaron sobre el mármol frío. Su alma estaba tan destrozada como su dignidad.Frente a ella, Alicia Morgan—la matriarca de la familia— la observaba con una mezcla de curiosidad y cautela. Junto a ella, las tres jóvenes Morgan también fijaban la mirada en Katerina.Alicia fue la primera en hablar.—Siéntate, querida. Debes estar agotada.Pero Katerina no lo soportó más. Estaba harta de que todos actuaran como si ella estuviera allí por voluntad propia.—¡No me llames querida! —su voz temblaba de rabia y desesperación—. No debería estar aquí, ustedes no entienden nada.Las cejas de Alicia se arquearon con sorpresa.—¿Qué intentas decirnos?Katerina cerró los ojos un instante, tratando de calmar su respiración, pero no había calma posible.—Aaron Morgan me compró.El silencio cayó sobre la habita
La mañana llegó demasiado pronto. Katerina apenas había dormido, atormentada por la pesadilla en la que se había convertido su realidad. Cuando los golpes en la puerta resonaron, su cuerpo se tensó de inmediato. —Señorita Volkov —anunció uno de los guardaespaldas desde el otro lado—. Debe prepararse. Prepararse. Las palabras sonaban como una sentencia. No tardó mucho en comprender lo que eso significaba. Aaron Morgan la iba a llevar al registro civil. Un acto tan hermoso que se volvió tan espantoso para ella. Iban a casarse. El peso de aquella verdad la hizo sentir mareada. No tenía elección. No tenía escapatoria. Katherine subió al vehículo con pasos lentos, casi como si cada uno pesara una tonelada. El metal frío de la puerta contra su mano le pareció un augurio: nada en ese día tenía calidez. Se sentó en el asiento trasero sin mirar al conductor. No lo conocía, y francamente, no le importaba. Sólo era otro engranaje más en la maquinaria que la arrastraba hacia
La noche había llegado, el gran salón de la Mansión Morgan resplandecía con lujo y poder, grandes amigos y socios Comerciales estaban allí.Candelabros de cristal iluminaban el mármol pulido, mientras los invitados, miembros influyentes de la alta sociedad y de los negocios, conversaban con copas de vino en la mano tratando de alagar con cada segundo que pasaba a Alessandro que se encontraba observando a sus hijas y a su esposa que descienden por las escaleras.Pero Katerina se sentía fuera de lugar aunque había participado en varias cenas con su padre, esto se sentía muy diferente para ella.La nueva integrante de la Familia Morgan vestía un elegante vestido negro, ceñido a su figura, pero no podía evitar sentir que aquella ropa no era suya.No pertenecía a ese mundo.No quería pertenecer a ese mundo, ella quería ser libre, pero sabe que aquello ahora nada más es un sueño muy lejano e imposible de alcanzar.A su lado, Aaron estaba impecable, con un traje negro hecho a la medida, su p
La noche cayó sobre la Mansión Morgan, envolviendo la propiedad en un silencio pesado, Katerina extrañaba Rusia, pero también estar lejos de su padre era un poco de calma para ella, aunque no pertenece en su totlaidad al mudno de su padre, sabía perfectamente como funcionaba aquello. Había un poco de lluvia afuera.Katerina observaba a través del cristal empañado de la ventana, con la mirada perdida en un horizonte que parecía tan lejano como inalcanzable. Afuera, la lluvia caía con una cadencia tranquila, como si el cielo llorara por ella. Dentro de la enorme casa, el silencio era espeso, cargado de una tensión constante, como si en cualquier momento algo pudiera estallar.Pensaba en cómo sería su vida si no hubiera nacido siendo hija de un hombre de la mafia. Se imaginaba caminando por las calles de Roma, con un vestido ligero ondeando con la brisa del verano, un helado en una mano, y un cuaderno lleno de ideas y sueños en la otra. Quizá estaría estudiando arte, o tal vez historia,
Katerina se quedó inmóvil, con el cuerpo tembloroso, mientras las palabras de Aaron aún resonaban en su mente.—No voy a llevarte a Rusia.El aire en la habitación se sentía sofocante.Pero ella no podía aceptar ese destino.No cuando su padre acababa de morir.No cuando sentía que lo único que le quedaba de su vida anterior estaba siendo arrancado de su ser.—No puedes hacerme esto —dijo con la voz temblorosa—. Tengo que ir a Rusia, Aaron. Es mi derecho. Por favor, despedirme de mi padre.Aaron la observó en completo silencio.Su expresión era gélida, impenetrable. Sus facciones masculinas estaban totalmente endurecidas.—No tienes derecho a nada.Katerina abrió los ojos con sorpresa y dolor.—¿Qué… qué estás diciendo?Aaron dio un paso hacia ella, su imponente presencia haciéndola sentir aún más pequeña.—Tu vida ya no está en Rusia, Katerina. Sergei te vendió a mí.Su voz fue tajante, sin espacio para dudas.Katerina retrocedió un paso, sintiendo cómo el aire le faltaba.—Eso no es
La noche se extendía silenciosa sobre la mansión.El reloj en la pared marcaba las tres de la madrugada.El aire era denso, sofocante, como si la casa misma presionara contra su pecho.Katerina abrió los ojos lentamente.Había dormido mal.La conversación con Aaron aún retumbaba en su cabeza.Sus palabras seguían clavadas en su pecho como espinas venenosas."Tu vida ya no está en Rusia.""Tu padre te vendió.""No tienes derecho a exigir nada."Rabia. Dolor. Desesperación.Su corazón latía con fuerza.Se sentó en la cama, sintiendo que la respiración le fallaba.No podía seguir aquí.No quería.No iba a quedarse un minuto más.Se puso de pie, su mente decidida.Si Aaron se negaba a llevarla a Rusia, lo haría sola.Se movió con cautela, mirando la figura inmóvil de Aaron.Él dormía profundamente.Su respiración era pausada, serena, como si no cargara con el peso de sus pecados.Katerina sintió una punzada de resentimiento.Él dormía tranquilo mientras ella se ahogaba en desesperación.D