ALIVIO PARA EL CORAZÓN

—¡CELESTE! —El comisario gritó, y ella se giró en automático, el hombre le apuntó con el arma. —no vas a salirte con la tuya. —sus hombres comenzaron a avanzar hacia el avión.

—¿Eso es todo lo que tienes? —soltó con voz seca, sin apartar los ojos de ella—. Porque sinceramente esperaba más.

—Eres un idiota comisario, si llegas a hacer algo estúpido, le disparare a la bebé, al final, ella es la única que te interesa. ¿O no es así?

Celeste, con el cabello pegado al rostro por el sudor, tensó la mandíbula. Sujetaba el arma como si fuera una extensión de su propio cuerpo, pero no era contra el comisario contra quien apuntaba… sino que se giró hacia el avión y apuntó contra la pequeña que la enfermera mantenía en brazos. Su mirada era desafiante y su dedo, pegado en el gatillo no tambaleaba.

Maximilien estaba a pocos metros, inmóvil. Cada músculo de su cuerpo reclamaba moverse, pero cualquier paso en falso podía significar el final para la bebé. Sus ojos oscuros ardían con un único objetivo
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