LA MALDAD NO DESCANSA.
La noche cayó con brutal indiferencia sobre Mariana. Con su bebé en brazos y una maleta al hombro, esperaba en el porche de un pequeño departamento al verdadero padre de su hijo.
Un taxi se detuvo frente a ella y del vehículo bajó un hombre tambaleante, completamente ebrio. Al verla allí, en esa situación, su expresión se torció en un gesto de desprecio.
—¿Qué carajos haces aquí, Mariana? —espetó con la voz pastosa—. Y con ese... —miró al bebé con evidente repulsión—. Con tu hijo.
Mariana lo sostuvo con la mirada, firme, a pesar del temblor en sus manos.
—¿Mi hijo? Es nuestro hijo. Ábreme la puerta, por favor. Hace frío, el bebé puede resfriarse.
Nicholas, todavía tambaleante, rebuscó las llaves y finalmente abrió la puerta. Mariana entró de inmediato. El interior del departamento era un caos, había ropa tirada por todos lados, cajas de comida rápida apiladas, y un olor a encierro que se mezclaba con alcohol rancio.
—Nicholas, ¿qué es todo esto? —preguntó al ver el estado del lugar.