43. La esposa de otro
Durante las siguientes dos horas, Remo se dedicó entero a Marianné.
Le recordó lo bien que se sentía montar a caballo y con paciencia la instó a hacerlo después por su cuenta, sin su ayuda, y es que aunque al principio Marianné se mostró nerviosa al subirse al lomo de soledad, esta se portó a altura y terminaron por congeniar muy bien.
Remo sonrió más que encantado, y un tanto nostálgico también, pues no había visto a soledad tan receptora con nadie desde la muerte de Florencia.
— Le agradas — le dijo él cuando volvieron a los establos.
Marianné torció una sonrisa, mientras acariciaba el suave pelaje del animal.
— ¿Crees que Florencia estaría molesta?
— ¿Por qué lo estaría?
— No lo sé, imagino que era muy protectora con soledad.
Remo sonrió, al tiempo que daba la orden a uno de sus hombres para que se llevaran al animal.
— Lo era — recordó entonces con cariño —… pero estoy seguro de que no le habría molestado, al contrario, creo que se hubiesen llegado muy bien.
Marianné alzó