27. Marianné y Remo se entregan
La desnudó despacio. Le quitó la camisa y el sujetador. Tenía unos pechos preciosos, del tamaño perfecto, ni muy grandes ni muy pequeños. Continuó con el pantalón y las pequeñas bragas de encaje que terminaron cayendo por sí solas en la alfombra de la habitación, a los pies de la cama.
Asombrado con lo que sus ojos tenían frente a sí en ese momento, Remo se hincó ante la belleza fascinante de Marianné. Jamás se había rendido a los pies de una mujer… hasta que llegó ella.
Posó las manos en sus caderas, y bajo la dulce mirada atenta de Marianné, Remo comenzó a besar su piel con ternura, saboreando cada pequeño lunar de su cuerpo, cada vello erizado y cada rincón que nunca antes había sido descubierto por ningún hombre, y que lo hizo sentir un ser superior a otros.
Elevó el rostro.
— Separa las piernas — le pidió.
Marianné obedeció, completamente poseída, y acto seguido, sintió lo nunca imaginable: La lengua tibia de Remo entre sus labios íntimos.
Sus ojos se abrieron de asombro y a