22. Desatar la guerra
Una mucama llamó a la puerta despacio para cambiar las sábanas. Era la misma que había enviado Priscila para que la mantuviera informada de lo que pasaba en esa habitación esa madrugada, y al entrar, se quedó asombrada, no solo por el hecho de verlos dormidos, juntos, sino por la forma en la que sus manos, sin intención se entrelazaban.
Entró con cuidado y dejó el juego de sábanas limpio a los pies de la cama, en el pequeño baúl, y al salir, echó mano a su móvil.
Entonces llamó.
— ¿Señora? — saludó al contestar.
— ¿Qué quieres? ¿Para qué me llamas? — contestó Priscila con fastidio. Parecía agitada.
— Bueno, lo que pasa es que usted me dijo que la mantuviese informada de lo que pasara con su hijo y esa muchacha.
Priscila se ató el botón de su camisa de seda, se asiló un poco el cabello y se acercó a la ventana de aquella casucha privada.
— Te escucho.
La mucama le relató lo que había visto en la habitación, lo que inquietó y puso en alerta a Priscila.
— ¿Tuvieron intimidad? — q