Punto de vista de Julio
Mi corazón latía con fuerza contra mi pecho mientras miraba fijamente los dedos manicurados que sostenían la taza hecha añicos.
En la sala no se oía ningún ruido, salvo el sordo sonido del líquido al caer al suelo.
La mujer, en cambio, parecía una estatua. Tenía la cabeza gacha, así que no podía descifrar sus pensamientos.
¿Y si era la conductora del vehículo?
¿Y si está aquí para hacerme daño?
¿Y si…? Las preguntas no cesaban, pero no tenía respuesta para ninguna.
«¿Quién demonios eres?», quise gritarle, pero mi voz salió en un susurro que ni siquiera oí.
Después de lo que pareció una eternidad, la mujer levantó la vista y me miró fijamente. Fruncía el ceño con fuerza, provocándome escalofríos.
De repente, sus labios se curvaron en una brillante sonrisa que me erizó la piel.
Actuaba de forma extraña y la idea de lo que pudiera hacer me helaba la sangre.
—Debo haberte asustado —comenzó.
Siguiendo con la sonrisa, se pasó las manos por el pelo y, tras masajearse