Punto de vista de Luis
Llevaba una hora inclinado sobre mi escritorio, sumergido en números, informes y propuestas; cualquier cosa que me impidiera volver a ella, pero era inútil.
Cada vez que parpadeaba, el recuerdo volvía a aflorar: Mateo de pie en su habitación, con una mirada demasiado cómoda, demasiado familiar y demasiado cercana.
Apreté la mandíbula al rememorar la escena anterior.
Sentado allí, aún podía imaginar cómo me había mirado cuando solo estábamos dos en la habitación. Parecía sorprendida, confundida y culpable.
O tal vez estaba imaginando la culpa porque era lo único que me impedía perder la cordura.
Intenté respirar, intenté concentrarme, pero la ira me subía por la espalda como un ser vivo.
Y entonces se quebró porque al segundo siguiente, de un empujón violento, lo arrebaté todo del escritorio.
Los papeles volaron, los archivos se desparramaron y los bolígrafos cayeron al suelo. Mi portátil casi se estrella contra la pared, pero eso era lo que menos me preocupaba.