Punto de vista de Julio
La noche había sido implacable.
Mi mente se negaba a concederme ni un solo momento de paz. Repetía las palabras de Luis una y otra vez, dándoles vueltas, diseccionando cada inflexión, cada mirada y cada risa despreocupada que había soltado cuando creía que no le prestaba atención.
Sentía un peso en el pecho por todo lo que no había dicho, por lo que él no había entendido, por cómo se había marchado furioso, dejando mi voz atrapada tras muros de ira y frustración.
Después de salir del balcón cuando ya no aguantaba el frío, intenté dormir, acurrucada en la suavidad de las sábanas con mi muleta tirada inútilmente junto a la cama.
Intenté concentrarme en el techo, recorriendo los trazos de la pintura en silencio mientras imaginaba las luces de la ciudad parpadeando a través de mis párpados cerrados.
Pero nada funcionó.
Cada vez que me dejaba llevar, un recuerdo de Luis me atraía: su sonrisa, su forma de evitar mi mirada al percibir mi ira y las palabras despreocup