—Tengo sed —exclamó ella, con la esperanza de que este se apiadara de ella, hace tres días que no probaba bocado, mucho menos una gota de agua.
—Toma —le lanzó una botella, que rápidamente ella tomó, con lágrimas en los ojos, pensó que ya no le quedaban, pero se había equivocado, la tortura a la que había sido sometida, la tenía sin fuerzas.
—Date un baño y ponte bonita, esta noche vendrán unos amigos. Más te vale comportarte como mi prometida; después de todo, en unos días vendrá un juez de paz a casarnos, uniremos nuestras vidas para siempre, cariño.
No tenía fuerzas ni motivos para refutar, se estaba resignando a aquella vida, llena de dolor, de un alma rota, no eran las huellas de su cuerpo, eran las huellas de su alma destrozada, ya nada le importaba, después de todo el hombre que amaba no existía, lo que ahora le sucede es que es presa de un hombre desequilibrado mentalmente hablando, porque solo así se entendería, el nivel de sadismo, de disfrutar con el dolor de una persona in