—Estás perdiendo tu toque, querido amigo.
—Tú no sabes nada, lento, pero seguro —trataba de defenderse, hacía dos semanas que salía con Evelyn y ni siquiera un beso ella se había dejado dar, eso de andar de manitas sudadas no le agradaba para nada, pero dicen que en lo difícil está el gusto.
—Tienes un récord de dos días y máximo una semana, todo porque ella viajaba mucho y no tenía tiempo del entierro. —Andrés recordaba especialmente a Irina, con ella empezó ese extraño y repulsivo fetiche.
—La dulce Irina, una joyita en todo el sentido de la palabra —lanzando un beso al aire, como quien recuerda el haber comido un delicioso manjar—. Esa mujer era exquisita, hermosa, una fiera en la cama y abriendo las piernas.
—Claro, la recuerdo, era muy bonita, lástima que desapareció como si la tierra se la hubiera tragado— ironizó Andrés, sintiéndose satisfecho con sus atroces acciones.
—Qué exagerado, pero es la verdad, no la volví a ver ni siquiera en el foco público que tanto le encantaba.