Cuando Sebastián entró por esa puerta, se quedó al extrañado. No sabía si era un restaurante o de esos lugares donde te leen las cartas, las cortinas con tiras de madera, la luz roja que alumbraba cada espacio.
—¿Qué es este sitio?
—Lo siento, no es muy elegante, mejor nos vamos, si eso es mejor.
—No, solo que nunca había venido — Tomándola de la muñeca, cuando ella sintió su toque, se dio cuenta de que las piernas le temblaban, hasta su respiración era agitada y su pulso acelerado, por un momento experimentó una satisfacción enorme.
—Después de todo, las mujeres son iguales —pensó él.
—Está bien—Dijo ella, con la voz casi temblorosa, mirando hacia el suelo, avanzaron hasta el final del pasillo, llegando a un lugar aún más extraño y totalmente diferente al primero, esta tenía una gruta en medio y las mesas alrededor, había dos parejas cenando, un anciano con su gato comiendo juntos, era una escena bastante bizarra como sacada de alguna película gótica.
—Hola, niña, qué bueno que viene