Davian Taleyah
Subí las escaleras de dos en dos, ignorando el cosquilleo del sudor secándose en mi nuca. El recorrido había sido largo, agotador incluso, pero lo único que tenía en mente al volver era ella.
Julienne.
Su olor dulce se esparcía por la mansión con esa nota de lavanda y piel caliente que me volvía loco. La seguí como un lobo hambriento tras el rastro de su presa, sin dudar, sin detenerme, hasta que me encontré frente a la puerta del baño entreabierta. El vapor escapaba como una invitación silenciosa, y mi lobo gruñó complacido.
Ella estaba ahí, recostada en la bañera, el agua cubriendo su cuerpo como un velo tímido que no lograba ocultar del todo sus curvas. Su cabello húmedo le caía sobre un hombro, y al levantar la vista, me sonrió.
—¿Cómo estuvo tu recorrido por la manada? —preguntó con voz suave, relajada.
—Bien —dije, mi tono más grave de lo habitual. Ella no sabía lo que provocaba solo con una sonrisa. Era una tortura deliciosa.
Solo llevaba un short deportivo. Al