CAPÍTULO 36. Fuertes declaraciones
CAPÍTULO 36. Fuertes declaraciones
Henry no podía apartar los ojos de Rebecca. La luz de las lámparas de cristal caía sobre ella, iluminando cada curva del vestido sobre su cuerpo y cada destello en sus ojos. Por un instante, todo a su alrededor desapareció. El murmullo de la gente, la respiración agitada de Julie Ann, incluso la música lejana de la orquesta, se desvanecieron.
Lo único real en ese momento era ella: Rebecca, de pie con la barbilla erguida, enfrentando la humillación con una dignidad que estremecía.
Ella ya era así antes. Entonces ¿por qué Henry sentía como si la estuviera viendo por primera vez?
El grito agudo de Julie Ann, pronunciando su nombre, lo arrancó de golpe de aquel trance. Henry parpadeó, como si volviera a la realidad después de un sueño, y giró hacia ella con una expresión endurecida.
—La invitación con que Rebecca entre al evento no es tu problema —dijo con un tono helado que resonó en el vestíbulo—. ¿Por qué mejor no te ocupas de tu propia vida en lugar