KIERAN:
Fenris extendió una mano calmada y, con precisión, tomó el dispositivo entre sus dedos. Giró la cabeza rápidamente hacia uno de nuestros hombres y le entregó la cápsula.
—Busca a un humano cualquiera y colócale el rastreador. Así los desviaremos. No deben seguir nuestro rastro —ordenó con firmeza. El hombre asintió sin pronunciar palabra y desapareció entre las sombras de la noche. Mientras tanto, el automóvil arrancó nuevamente, con Fenris en su lugar, y siguiendo la ruta meticulosamente planeada, nos adentramos en un laberinto de calles y callejones. Cada giro nos alejaba más y más de cualquier posibilidad de seguimiento. Finalmente, llegamos a la entrada discreta de un refugio que solo yo y mis más cercanos conocíamos. Esta casa oculta, enterrada en el corazón de la ciudad, había